Opinión

Hablaba correctamente Mc 7,31-37

  + Felipe Bacarreza Rodríguez, obispo de Santa María de los Ángeles.

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El evangelista San Marcos nos informa de un viaje de Jesús hacia el norte, fuera de los límites de Israel, a la región de Tiro y Sidón. El Evangelio de este Domingo XXIII del tiempo ordinario nos relata un milagro obrado por Jesús en favor de un sordomudo, cuando regresó de ese viaje a su propia región de Galilea: «Saliendo de la región de Tiro vino, por Sidón, de nuevo al mar de Galilea, atravesando la Decápolis». La Decápolis es un conjunto de diez ciudades ubicadas en la región que se extiende al este del mar de Galilea. En la orilla oeste del mismo mar se encuentra Cafarnaúm, que fue el centro de operaciones de Jesús durante su ministerio en Galilea, antes de emprender la subida a Jerusalén para enfrentar su pasión, muerte y resurrección.

«Le traen un sordo e impedido de hablar, y le ruegan que imponga la mano sobre él». La descripción del enfermo es confusa. Comprendemos su condición de sordo; pero el término griego siguiente es único en el nuevo testamento -moghilalon- compuesto por la palabra «dificultado, impedido» y el verbo «hablar». Debe entenderse que se trata de una atadura en la lengua. En todo caso, el hombre no está íntegro, no está bien. Piden a Jesús que imponga la mano sobre él y eso habría sido ciertamente suficiente. Los presentes habían oído o eran testigos de que Jesús curaba a los enfermos imponiendo las manos sobre ellos, como leemos que hizo en su propio pueblo de Nazaret: «Curó unos pocos enfermos imponiendoles las manos» (Mc 6,5). Pero Jesús realiza otros gestos.

«Apartándolo de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y escupiendo, le tocó la lengua». ¿Por qué hace Jesús estos gestos? Lo hace porque quiere adoptar el procedimiento de los profetas que a menudo representan sus oráculos por medio de acciones. El gesto de meter los dedos en los oídos representa la apertura de un orificio y el gesto de escupir expresa la liberación de una atadura de la lengua, que resulta más evidente, porque Jesús toca la lengua del mudo. El texto no menciona la saliva (como hacen erróneamente algunas traducciones). Son acciones eficaces que realizan lo que expresan. Más aun, porque van unidas por una palabra eficaz: «Mirando hacia el cielo, Jesús gimió, y le dijo: “Effatá”, que quiere decir: “¡Abrete!”». El verbo traducido por «gimió» expresa una emisión del espíritu -un suspiro- ante una situación lamentable. Jesús gime, porque el estado de ese hombre -sordomudo- no es el que Dios quiso cuando creó al ser humano. Dios lo creó para el paraíso y la inmortalidad. La muerte y su cortejo de males entraron en el mundo como consecuencia del pecado. El pecado de Adán, que a todos nos alcanza, es el origen de todos los males. Jesús vino a revertir la fuerza del pecado, como lo expresa San Pablo desafiando a la muerte: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado... ¡Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!» (1Cor 15,55.56.57). Jesús gime por el sufrimiento de ese hombre. Pero va a demostrar que Él vence a la causa de todo mal -el pecado- devolviendo a ese hombre a su integridad.

Los gestos hechos por Jesús, acompañados por una palabra eficaz, que significan y realizan la salud plena de ese hombre, son un importante anuncio de los signos sacramentales que va a instituir Jesús, los siete signos que expresan y realizan la comunicación de la vida divina e inmortal, que hace de nosotros hijos de Dios, miembros del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

«Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua, y hablaba correctamente». Entendemos que se hayan abierto sus oídos y en adelante pudiera oír, que se haya soltado la atadura de su lengua (esta descripción de la curación explica el término oscuro con que se describe la enfermedad) y pudiera emitir sonidos con la boca y modularlos. Pero el evangelista agrega una circunstancia que no conviene dejar pasar: «Hablaba correctamente». Ese hombre nunca había escuchado palabra alguna y no podía unir los sonidos con los conceptos, menos aun, los sonidos emitidos por la lengua de otros. El lenguaje es un instrumento de comunicación que se adquiere con mucho esfuerzo. No basta poder escuchar para comenzar a hablar correctamente el idioma húngaro, por ejemplo. El evangelista quiere subrayar así el poder de Jesús. El hombre quedó restituido totalmente, también a la vida social, sin ningún menoscabo.

Importante es el comentario de los presentes: «Se maravillaban sobremanera y decían: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”». El único de quien se puede decir eso es Dios. Sólo Dios lo ha hecho todo bien. Con esta observación el evangelista quiere decir que Jesús es quien restituye al ser humano a la forma como Dios lo creó. En efecto, nos remite a la observación que hace la Escritura respecto de Dios cuando concluyó su obra creadora: «Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien» (Gen 1,31). El único que puede devolvernos a esa situación es Cristo. Para eso ha sido enviado. El Evangelio de hoy es revelación de eso.

                                           

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