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Columnista

11 de septiembre y el miedo del futuro (Parte 1)

Leslia Jorquera

Mario Ríos Santander 

por Leslia Jorquera

 La banda, interpretó un himno militar, mientras nuestros pasos se dirigían hacia una esquina de dicha plaza. Se abre una verja de fierro y surge tras ella un sencillo jardín. En el centro, una casa, modesta, de arquitectura asiática.

Hanoi, capital de Viet Nam. Julio de 1999. Soldados del Ejército de riguroso blanco, formaban aquella mañana frente a la tumba de Ho Chi Min. Minutos antes, abordaba un automóvil oficial, que me llevaría a esa ceremonia en el centro de esta ciudad histórica. Descendí en ella. Un oficial se acercó entregando un saludo formal. Luego, dos soldados, se adelantan, llevando en sus brazos una enorme corona de flores, que sería instalada en el pórtico de aquel panteón en que se encuentra embalsamado, sentado, sobre una silla vietnamita, Ho Chi Min, el máximo líder histórico de aquel pueblo admirable. Recogí junto a aquellos soldados la corona de flores y la instalé, en nombre del Chile,  para honra de su historia y de su líder. Luego, se abren las puertas del panteón, ingreso, me retiran los zapatos, calzo unas zapatillas e ingreso al lugar en que se encuentra Ho Chi Min. Venias, silencio, observación, recuerdos políticos, observé su rostro, su mirada en el infinito. Estaba frente a una parte de mi propia historia, recordando que el comunismo se había apoderado de ese hombre admirable que quería hacer de Viet Nam, un país, absolutamente distinto de lo que predicaba Moscú.  Fueron escasos minutos pero bastaron para vivir todo lo que fue para ellos mismos y el mundo, la Guerra de Viet Nam. Al salir, luego de recoger mi calzado, caminamos en medio de una multitud que se había congregado en el lugar. La banda interpretó un himno militar, mientras nuestros pasos se dirigían hacia una esquina de dicha plaza. Se abre una verja de fierro y surge tras ella un sencillo jardín. En el centro, una casa, modesta, de arquitectura asiática. Es la residencia de Ho Chi Min. La puerta está abierta, nuevamente retiro mis zapatos, calzo las mismas zapatillas y un funcionario del protocolo vietnamita, me anuncia que “usted ingresa a la casa de nuestro amado líder”. Se dispone una silla frente a un escritorio y en un cuaderno, estampo el saludo de Chile. Termina la ceremonia y mi visita oficial a esa nación. Al día siguiente, el canciller, viajando al aeropuerto, me pregunta por esto de los fallecidos en la instalación del Régimen Militar, cuántos son, que ocurre con los desaparecidos, los militares mueren, en fin, quiere una imagen de lo acontecido. “Se lo pregunto, porque no comprendemos tanto afán de quedar ahí en la historia”. Luego de mis explicaciones, tantos fallecidos, errores cometidos, guerra civil interna, el canciller guarda silencio y señala: “En Nuestra revolución, o guerra como le llaman Uds. murieron 6.000.000 de vietnamitas. No existe hogar alguno en Viet Nam que no tengan un pariente, conocido, amigo que recordar y ello produce un gran dolor. Pero, advertimos, que aunque grande es ese dolor, no es más grande que el futuro de Viet Nam”. 

   

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