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Columnista

Maduro

Cristian Delgadillo Rosales

Nos preguntamos, ¿es que todo esto es solo culpa de Maduro y Chávez, por cierto, incluido? En un muy alto porcentaje, ciertamente que sí, pero la responsabilidad viene de más atrás.

por Cristian Delgadillo Rosales

Es duro Maduro. Y no puede irse, porque dejará al descubierto quién sabe qué cosa. Fidel fallecido y su hermano algo más retirado de la dictadura cubana, ve en la eventual llegada de Maduro a La Habana un incordio. Ni el mismo sabe con qué “mochila” cargará su arribo a la isla. Deben estar juntando petróleo, porque, de seguro, su permanencia en el poder se hace cada día más precaria.

Pero lo más delicado es que Maduro resolvió no dejar las cámaras de TV. Cada cosa que habla es un hazmerreír en las redes sociales. Últimamente se ha preocupado de la economía venezolana. Señala que “las medidas tomadas para mejorar la economía, y de esa forma superar los ataques del imperio, que se ha coludido con la derecha venezolana, son de tal envergadura que solo la República Bolivariana de Venezuela es capaz de hacerlo”… y seguidamente expone una suma de barbaridades que, sin duda alguna, representan la antesala de la peor catástrofe económica que pueda sostener un Estado.  

Venezuela, con sus 31 millones de habitantes, tiene hoy una inflación que llega al millón por ciento (Chile está en el 2,3%). Sus exportaciones previstas para este año alcanzarán los 29 mil  millones de dólares, (Chile serán 80 mil millones) y su per cápita es de US$ 11 230 (Chile US$ 24 537). La proyección económica de Venezuela, con las actuales condiciones, prevé para el año 2022 un per cápita inferior al actual, US$ 10 400 (Chile US$ 30 000).

Nos preguntamos, ¿es que todo esto es sólo culpa de Maduro y Chávez, por cierto, incluido? En un muy alto porcentaje, ciertamente que sí, pero la responsabilidad viene de más atrás. Ningún gobierno se preocupó de industrializar Venezuela. Años atrás, personalmente pude ver, en la madrugada de La Guaira, aeropuerto internacional de Caracas, la llegada de decenas de aviones arribando desde Panamá y Miami, con el pan del desayuno venezolano. ¿Es que no tenían molinos y, más que eso, panaderías? No. Y si las habían, no alcanzaban a cubrir las necesidades mínimas de la población.

Ese grupo de intelectuales venezolanos que brillaron en toda América -Bello, Miranda, Bolívar y otros- habían desaparecido para siempre. Los miles de latinoamericanos que llegaban a Venezuela en busca de una mejor vida desaparecieron. Ahora son millones los que arrancan en busca de un futuro para sus hijos. Muchos de ellos llegan a Chile en buses que abordaron en Colombia. Una tediosa travesía de miles de kilómetros.

Estuve en Caracas en diciembre de 2016. Quise cambiar US$ 100, (unos $60 000 chilenos), y debí llevar una maleta para cargar los fajos de billetes que tal cantidad representaba en su moneda local. El sueldo mínimo era de $ 17 000 chilenos. Por 70 litros de bencinas, estanque lleno, se pagaba US$ 0,75, unos $ 500 chilenos. Todo distorsionado, nada que reflejara prudencia ni mucho menos cordura económica. Fueron decenas los que sin conocerme preguntaban sobre el resto de América. Querían saber si todo era igual. Muchos desilusionado de Chávez, pero ya estaban atrapados. La revolución bolivariana les había mentido.

Pero, Maduro sigue duro.

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