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La Tribuna
Columnista

Tomó Jesús los panes y habiendo dado gracias, los distribuyó Jn 6,1-15

Leslia Jorquera

+ Felipe Bacarreza Rodríguez, obispo de Santa María de los Ángeles.

por Leslia Jorquera

En el Evangelio del domingo pasado el evangelista San Marcos nos presentaba a Jesús embarcándose con los Doce hacia la otra orilla del lago con la intención de darles descanso en un lugar desierto. Veíamos que no lo logró, porque «al desembarcar, vio mucha gente y tuvo compasión de ellos, porque estaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas» (Mc 6,34), hasta el punto en que la hora se hizo muy avanzada y se hacía necesario despedir a la multitud, como lo hacen notar sus discípulos: «El lugar es desierto y ya es hora avanzada; despídelos para que vayan a las aldeas y pueblos del contorno a comprarse de comer» (Mc 6,35-36). El problema es la soledad del lugar y no la insolvencia económica de la gente. En efecto, en las aldeas y pueblos del contorno habrían podido comprar el alimento necesario. El Evangelio de este Domingo XVII del tiempo ordinario continúa en este punto con el relato de la multiplicación de los panes, pero tomándolo del Evangelio de Juan.

«Jesús partió a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente lo seguía, porque veían los signos que hacía en los enfermos». Así tenemos a Jesús a la otra orilla del lago, es decir, en un lugar desierto, rodeado de una multitud. Sigue la prolongada enseñanza, que el evangelista sugiere mostrando a Jesús en la actitud del maestro: «Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos». Es la misma actitud que adopta cuando pronuncia el gran sermón de la montaña: «Viendo la muchedumbre, Jesús subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: “Bienaventurados los pobres de espíritu...”» (Mt 5,1-3). Les enseñó, entonces, «muchas cosas».

El evangelista destaca el ambiente pascual: «Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos». Ese año, Jesús no subió a Jerusalén para celebrar la Pascua; se encuentra en Galilea a orillas del mar de Tiberíades. La Pascua se celebraba la primera noche de luna llena (el 14 del mes lunar), después del equinoccio de primavera (en el hemisferio norte). Ese tiempo del año queda confirmado por la siguiente observación del evangelista: «Había en el lugar mucha hierba».

«Levantando Jesús los ojos y viendo que viene hacia él una gran multitud, dice a Felipe: “¿Dónde compraremos panes para que coman éstos?”». Observamos que Jesús asume Él personalmente la responsabilidad de alimentar a esa multitud. Lo siguen a Él y Él vela por ellos para que nada les falte. El problema no es económico –en efecto, se trata de «comprar los panes»–; el problema es que no hay dónde comprarlos por la soledad del lugar. El evangelista aclara que no es que Jesús, al hacer la pregunta, espere que Felipe lo informe de algo que Él ignore: «Se lo decía para probarlo, porque Él sabía lo que iba a hacer».

Felipe no responde la pregunta sobre el lugar. Él se centra en el aspecto económico; se queda en el tema de «comprar panes» para esa multitud: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco». Ante esta cifra es necesario saber cuántos son los comensales. El Evangelio lo dice más adelante: Son cinco mil hombres. Otro discípulo interviene: «Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces”». Pero él mismo aclara inmediatamente, para no exponerse al ridículo: «Pero ¿qué es eso para tantos?». Ninguno de los discípulos adopta la actitud correcta, la actitud de fe: «Nosotros confiamos en que tú proveerás alimento suficiente para esta multitud que te sigue, porque tú eres el Buen Pastor y en ti se cumple lo que dice el Salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me falta... Tú preparas ante mí una mesa...” (Sal 23,1.5». Es lo que va a quedar en evidencia.

En efecto, ante la perplejidad de todos, Jesús comienza a dar órdenes a sus discípulos, como preparándose para un banquete: «Hagan que se recueste la gente». La orden debió ser con la autoridad suya, pues todos obedecen, sin objetar: «Se recostaron los hombres en número de unos cinco mil». Jesús comienza a hacer gestos muy llamativos sobre los cinco panes que le han presentado: «Tomó Jesús los panes y, habiendo dado gracias, los distribuyó entre los que estaban recostados; y lo mismo los peces, todo lo que quisieron». No sólo todo lo que quisieron hasta saciarse, sino que sobró: «Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: “Recojan los trozos sobrantes para que nada se pierda”. Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos».

Observemos que hay un verbo llamativo, que sugiere otro alimento: «Habiendo dado gracias». Esta expresión, dicha por Jesús sobre el pan que toma en sus manos, es la misma que usa, cuando en la última cena convierte el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre: «Habiendo dado gracias, lo partió...». Es el verbo griego «eucharistéin», de donde toma el nombre el Sacramento de la Eucaristía. Está sugerido ese Sacramento, no sólo por ese gesto y esa expresión, sino también por la preocupación de que «nada se pierda», que corresponde al cuidado con que se conservan las especies eucarísticas después que se ha distribuido a los fieles, en la certeza de fe de que son el Cuerpo de Cristo, como afirma el Catecismo: «La sagrada Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo» (N. 1324).

«Al ver la gente el signo que había hecho, decía: “Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo”». Hablan de un profeta definido: «El profeta». ¿De qué profeta se trata? Se refieren a la promesa de Dios por medio de Moisés: «Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta como tú, pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande» (Deut 18,18). Después de Moisés, nadie osó compararse con él. Ahora la multitud reconoce en Jesús a ese profeta. Tanto el reconocimiento del «signo que había realizado», como la comparación con Moisés, son importantes para lo que sigue, que es el discurso de Pan de Vida. En esta ubicación, el episodio de la multiplicación de los panes adquiere el valor de anuncio y signo de ese otro Pan, el Pan de vida eterna.

                                                                   

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