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Columnista

Con la unidad me matan; con "el camino propio" me muero

Leslia Jorquera

Genaro Arriagada Herrera

por Leslia Jorquera

Una dirigencia política que acepta ser atrapada en un dilema donde no hay alternativas a la derrota (“o los matan o se mueren”) está fracasada. 

Hay tiempos en la política en que los escenarios son muy malos.  No sólo apuntan a resultados catastróficos sino que sus alternativas conducen igualmente a callejones sin salida. Es lo que le está pasando a ese vasto mundo que va desde el centro (la DC, el PR y el PPD en versión Heraldo Muñoz), pasa por la izquierda histórica (PS, PC y el PPD en versión Francisco Vidal) y que termina en ese ente contradictorio y en ebullición que es el FA y sus 10 movimientos.

Si la política fuera aritmética, la suma de votaciones de esas colectividades es imparable.  Y si la política fuera una sociedad anónima, donde los electores fueran como paquetes de acciones el resultado sería, igualmente, una victoria inapelable.  Pero la política es algo distinto, pues es más arte que matemáticas; más convicciones que control; las cuotas de poder las determina un electorado que es voluble, escurridizo como una gota de mercurio sobre un vidrio. Por eso, en política rara vez dos más dos son cuatro. Si la alianza es considerada virtuosa, la sumatoria puede elevarse a cinco o incluso seis; si aparece como contradictoria o espuria dos más dos pueden ser tres o aún menos.

El drama de la actual oposición no es tanto que el país se haya ido más a la derecha sino el  que las fuerzas que la componen no son posibles de ser sumadas… y que a sus principales actores no les interesa sumarlas porque los abruman los costos de hacerlo.

Para la DC la disyuntiva es sabida. Una alianza que vaya desde ella hasta el PC equivale a su derrumbe electoral y político. Es probable que ese mismo significado tenga para el PPD que ya en la pasada elección perdió un 55% de su masa electoral.  Para la izquierda histórica (PS-PC) la unidad con la DC y el PPD (“laguismo” incluido) la desangra hacia la izquierda, entregando un enorme caudal de votos al FA.  Para el FA aliarse con partidos como el PC o el PS -para qué decir la DC- es sacrificar su “pureza” y renunciar a su sueño de futuro en el altar de la política tradicional que repudian.   La unidad entre fuerzas que se han hecho tan disímiles ha pasado a tener un costo cada vez más alto, incluso devastador. 

Pero “los caminos propios”, que son la alternativa a la unidad, parecen, también, una vía al despeñadero. La DC, con 10,3% de los votos, lo ha probado. El camino propio de la izquierda tradicional -PS, PC, que suman un magro 14,3%- sería una debacle con una sangría hacia la izquierda y otra no menor al centro al perder el hálito de moderación que el PS ha cultivado desde 1990.  Solo el FA, en su estrategia de largo plazo, que mira no al 2020 sino al 2024, puede saludar los costos de un “camino propio” como un “camino de victoria”.

Si excluimos al FA, los partidos que van desde la DC, PR, PPD hasta el PS y el PC, viven en una disyuntiva que bien la resume una paráfrasis del verso de Darío: con la unidad se mueren; con el camino propio se matan.

Una dirigencia política que acepta ser atrapada en un dilema donde no hay alternativas a la derrota (“o los matan o se mueren”) está fracasada. En frente de ello tengo la convicción de que es posible crear caminos que hagan una política más abierta, que rechace camisas de fuerza que la petrifican. Es lo que veo en planteamientos como los de Manuel Antonio Garretón y Carlos Ominami en una carta a los partidos de izquierda donde plantean que éstos, en vez de una unidad forzada, deben formar dos coaliciones  -una más al centro y otra más a la izquierda-  que luego puedan entenderse sin complejos. Apuntan en el mismo sentido declaraciones de Andrés Allamand sobre una política “con cuatro esquinas”. Es lo que percibo en conversaciones con dirigentes de Evopoli y el FA, amenazados por un sistema que pone enormes barreras a la consolidación de fuerzas emergentes y al surgimiento de nuevas combinaciones políticas.

Superar el sistema que criticamos supone cambiar algunos de sus elementos, como, por ejemplo, reformas menores al sistema electoral; modificar disposiciones de la ley de partidos; abandonar el ejercicio de una forma de encarar los pactos electorales que lleva treinta años; lograr desprenderse de la política binaria del “Sí” o el “No”; superar el binomalismo que, aunque derogado tras un cuarto de siglo, sobrevive en la mente de muchos dirigentes y parlamentarios. 

Genaro Arriagada Herrera

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