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La Tribuna
Columnista

Cambiar la educación destruyendo la escuela

Leslia Jorquera

Alejandro Mege Valdebenito

por Leslia Jorquera

 Se afirma que la destrucción  es culpa de unos pocos; lo triste es que los muchos hacen poco o nada por evitarlo  y  no promueven el dialogo y los actos pacíficos, tarea en que la educación debe ayudar desarrollando la inteligencia emocional, la razón y el pensamiento crítico.

La libertad que tanto se demanda  para expresarse y actuar es un derecho que reconoce todo  sistema democrático  cuando   se utiliza para alcanzar objetivos lícitos y, por tanto, éticos; siendo la educación uno de los derechos que una sociedad debe asegurar a cada uno de sus miembros como un acto de justicia social, de respeto y dignidad de todo ser humano, justicia y respeto que debe  garantizar también la protección de los bienes personales y públicos, junto al bienestar y la paz social.  Así, la libertad individual y colectiva para expresarse y actuar para alcanzar los objetivos que estima justos tiene los límites que establecen los derechos de los demás, que no pueden ser vulnerados, menos cuando  la libertad para conseguir esos fines usa  la violencia que, tanto  verbal como física,  siempre produce daño y temor.

La historia de la  humanidad está jalonada de violencia, como si para construir algo nuevo o distinto sea necesario destruir lo que existe y convertir en cenizas un pasado o un presente que incomoda o que duele. Por eso los movimientos sociales para producir cambios pocas veces resultan pacíficos, aunque el uso de la violencia  no haya estado en la intención de ser usada. De ahí que las manifestaciones estudiantiles, con razones   dignas de ser consideradas, terminen con actos de violencia que resultan ser el reflejo del contexto en que transcurre la vida social: violencia en la familia, en la calle, en la política, en el cine y la televisión, en el deporte,  en la institución escolar; violencia que es detonada por la lucha por el poder, la competencia y la supervivencia del más fuerte; la falta de oportunidades, la marginación social, la pobreza, el miedo ante un futuro incierto; la falta de confianza en sí mismo y en los demás; la frustración por la desigualdad; viviendo  un presente construido por otros, que no da seguridad,  por lo que la juventud quiere edificar un futuro que represente mejor las aspiraciones de una vida distinta en una sociedad diferente, con una educación que los interprete.

Si bien la toma de un establecimiento educacional para lograr la solución de problemas que afectan la vida estudiantil y que no han sido atendidos, constituye una expresión de la libertad y el derecho de quienes realizan esa acción, al mismo tiempo   coarta el derecho de los otros que, aun sintiéndose identificado con las demandas, rechazan la violencia como medio para obtenerla, más cuando se destruye y se incendia la institución   que los alberga y  los educa. Como si incendiar la escuela fuera la solución.

Se afirma que la destrucción  es culpa de unos pocos; lo triste es que los muchos hacen poco o nada por evitarlo  y  no promueven el dialogo y los actos pacíficos, tarea en que la educación debe ayudar desarrollando la inteligencia emocional, la razón y el pensamiento crítico; el autocontrol, la tolerancia y los valores cívicos y morales, tarea  que la familia  y la escuela  deben potenciar.

Alejandro Mege Valdebenito

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