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Columnista

La solidez cristiana

Leslia Jorquera

Mario Ríos Santander  

por Leslia Jorquera

 No tiene mayor ambición extensiva de su mandato natural, pero, en pocos años más, cubrirá todo el planeta.

La mayor ambición de aquellos líderes que escribieron la historia de la humanidad, buscaron lo posible: Un Imperio. Otros, con alguna debilidad, un Reino y los más, algún honor con título incluido, (en Europa, Condes, Barón, Márquez, otros), que les permitiera estar cerca del Emperador o del Rey. De esta forma, se entiendan la infinidad de guerras, batallas, conquistas, ocupaciones territoriales y otras, que dieron origen a la historia. Tal es la trascendencia de todo esto, que termina constituyendo el relato único de la humanidad, a veces, sazonado con asuntos geográficos o culturales, que se asoman con modestia a lo esencial, la guerra de conquista, ya lo dijimos, el nacimiento de Imperios y Reinos. En realidad, no ha cambiado mucho, sólo que ahora, la diversidad mundial, antes un verdadero tesoro de la humanidad, ha ido desapareciendo en tal forma, que hoy, el vehículo que lleva al soberano de oriente, es el mismo que a transportado a la reina de Inglaterra. La corbata, la “americana” o “chaqueta” de vestir masculina, no es distinta. El mundo entero la acogió y punto. Pero las guerras continúan. Y los imperios tienen otras denominaciones.

Pero, ¿y esto es todo?

Con sandalias, algo sucio seguramente, delgado, rostro tosco, acompañado de una docena de hombres que olían a pescado, se le ocurrió levantar la voz para decir sólo verdades, que eran las mismas que el resto conocía pero que no las decían o las habían olvidado. No tuvo ejército algunos ni cancilleres. Era solamente un equipo simple que le seguía. Tampoco procuraba el control del mundo, aunque en algún momento, cuando ya estaba por desaparecer físicamente, les dijo a sus discípulos, “Id y predicar por todo el mundo…”. Sus seguidores, nunca imaginaron que ese pastor de hombres, sería el único en la historia universal que se marginaría de imperios y reinos para crear lo imposible, una Civilización, cuya magnitud en tiempo y espacio, superaría todo cuanto el más creativo ser humano, podía imaginar. Le llamaron, la Civilización Occidental Cristiana, nominación que seguramente surge en el año 1010, año éste que se divide la estructura cristiana en Iglesia de Occidente e Iglesia de Oriente.

En ella, Cristiana Occidental, viven miles de millones de personas en 2.000 años. Su expresión máxima, es su propia existencia. Y en ella, la naturalidad de sus preceptos y la libertad de quienes la acogen como sistema de vida, religión o cultura. No tiene mayor ambición extensiva de su mandato natural, pero, en pocos años más, cubrirá todo el planeta, (Le Monde señala que el 2050, “un 75% de la humanidad, será cristiana”) y sigue expandiéndose. Tal es su fuerza que permite incluso que se mofen o ironicen de ella en ocasiones específicas que, pueden tener alguna connotación del momento, pero  no continúas, si es que se hiere el fundamento moral de esta civilización. Por ello, un cristiano goza infinitamente con su condición, recreándose con la historia de los últimos 2.000 años y lo que él acogió, el cristianismo, ha triunfado siempre. Ahora falta que todo esto, que es verdad, lo proclamen curas y pastores y así la gente, confundida con tanta pechuga al aire, vuelva a fijar su vista en lo trascendente. ¿Por qué tanto silencio de la propia Iglesia en estos días de mofa y desprecio que sufren de unos pocos, magnificados por la prensa nacional? Misterio. ¿O es que esto de que mi Iglesia prevalecerá para siempre, basta y sobra? La conducción del alma, no es un asunto que solo está entregado a la “palabra de Dios”. Por el contrario, ella es acicate para su proclamación y no para silencios. Ninguna estructura humana en Chile, acoge unos 4 millones de personas que, impulsados por la fe, concurren semanalmente a oír a su Sacerdote o Pastor. Es al menos una hora de paz, que el cristiano dispone para recibir las orientaciones necesarias de su vida. Será ese momento, el indicado para volver a restablecer en Chile, la fortaleza de la palabra cristiana. No hacerlo, es dar la espalda a nuestra propia civilización.

Mario Ríos Santander  

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