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La Tribuna
Columnista

El Espíritu de la verdad dará testimonio de mí Jn 15,26-27; 16,12-15

Leslia Jorquera

+ Felipe Bacarreza Rodríguez, obispo de Santa María de los Ángeles.

por Leslia Jorquera

Después de la Ascensión de Jesús, lo que habríamos esperado es que los discípulos quedaran tristes. Lejos de eso, el evangelista Lucas concluye su Evangelio observando: «Ellos... se volvieron a Jerusalén con gran gozo» (Lc 24,52). Ese «gran gozo» se explica por la esperanza que Jesús encendió en sus corazones anunciándoles que dentro de pocos días recibirían un don de Dios, que él llama «la Promesa del Padre»: «Miren, yo voy a enviar sobre ustedes la Promesa de mi Padre. Ustedes permanezcan en la Ciudad hasta que sean revestidos de fuerza desde lo alto» (Lc 24,49). El mismo Lucas aclara en los Hechos de los Apóstoles en qué consiste esa Promesa: «Les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre... recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hech 1,4.8). Los apóstoles recibieron esa fuerza del Espíritu Santo el día de Pentecostés, cincuenta días después de la Pascua y diez días después de la Ascensión. Es el evento que celebra la Iglesia este domingo.

Estando en medio de ellos, durante la última cena, Jesús les había anunciado repetidas veces –cinco veces– que habría de parte de su Padre el envío de alguien a quien él llama «el Paráclito» y «el Espíritu de la verdad». En el Evangelio de este domingo leemos dos de esos anuncios.

«Cuando venga el Paráclito, que yo les enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí». Se trata de un espíritu, es decir, no verificable por los sentidos materiales. Y, sin embargo, es inmensamente efectivo, hasta el punto de que Jesús lo llama «el Paráclito», nombre dado al que defiende, asiste y consuela a quien se encuentra en un grave apuro. Sostendrá a los discípulos, cuando ellos, a causa de Cristo, sufran la persecución y estén a punto de naufragar o cuando los asalten graves dudas. «Entonces –dice Jesús– él dará testimonio de mí». Siendo espíritu, este testimonio no podrá darlo sino en el corazón de los discípulos. Ese testimonio afirma que, a pesar de las apariencias adversas y de la negación por parte del mundo, Jesús es el Hijo de Dios, que él es la verdad y que no hay salvación fuera de él. Y los convencerá, hasta tal punto, que Jesús agrega: «También ustedes darán testimonio». Cuando reciban el Paráclito, no sólo ellos serán afianzados en la verdad, sino que ellos sostendrán a otros.

Los apóstoles podrían preguntar: ¿Qué necesidad tenemos de que alguien nos dé testimonio de Jesús, si nosotros mismos estamos viéndolo y oyendo su palabra? A esto responde el segundo anuncio del Espíritu del Evangelio de hoy. Jesús ciertamente les había anunciado su Palabra y ellos la habían escuchado y registrado en la memoria. Pero no estaban en condiciones de tomarle el peso. En efecto, Jesús habla de «cargar con»: «Todavía tengo mucho que decirles, pero ustedes no pueden cargar con ello ahora». Jesús expresa una imposibilidad no sólo a esos apóstoles, que habían sido instruidos por él mismo y que habían convivido con él tres años, sino a todo ser humano. Se trata de verdades sobrenaturales, que son un don de Dios y que el ser humano no puede conocer por sus propias fuerzas naturales. Jesús acentúa el adverbio «ahora», abriendo una esperanza para el futuro. En efecto, agrega: «Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, él los guiará hasta la verdad completa». El término griego «pneuma», que se traduce por «Espíritu», tiene género neutro. Pero es claro que Jesús está anunciando la venida de una Persona, porque usa el pronombre personal masculino «él», aunque no concuerde en género con el sustantivo «pneuma».

Jesús afirma que el Espíritu no tiene la misión de agregar algo nuevo a lo enseñado por él; el Espíritu tiene la misión de hacer que lo enseñado por Jesús sea comprendido hasta el punto de hacerse vida en los discípulos: «Él no hablará por su cuenta... Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y lo anunciará a ustedes». ¿A qué se refiere Jesús con «lo mío»? ¿Qué es lo que el Espíritu nos anunciará a nosotros? Jesús aclara: «Todo lo que tiene el Padre es mío». Incluye en «lo mío» también la divinidad; excluye solamente la condición de Padre, porque él es el Hijo. Y es esto lo que el Espíritu toma de él y comunica a nosotros. En el centro de la enseñanza de Jesús está que Dios es nuestro Padre. Pero es imposible que un ser humano le tome el peso a esa verdad y viva como hijo de Dios, si no obra en él el Espíritu Santo. El testimonio de un cristiano es su vida de hijo de Dios. El cristiano da más testimonio con la vida que con la palabra. El testimonio de la vida es el único creíble. A este testimonio se refiere Jesús cuando dice a sus discípulos: «También ustedes darán testimonio»; también ustedes vivirán como hijos de Dios, «porque están conmigo desde el principio».

San Pablo distingue con razón dos envíos que tienen su origen en Dios y como resultado nuestra filiación divina. Uno histórico: «Cuando llegó la plenitud del tiempo envió Dios a su Hijo nacido de mujer... para que recibiéramos la filiación...».  El otro espiritual, al corazón: «Puesto que son hijos, envió Dios el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, que clama: “Abbá, Padre”» (Gal 4,4.5-6). El que clama en nuestro corazón es el Espíritu de Cristo. Por eso clama con su mismo modo de llamar a Dios: «Abbá».

Jesús había cumplido plenamente su misión –«Todo está cumplido» (Jn 19,30), exclamó antes de morir en la cruz–; luego, resucitó y se apareció a los discípulos durante cuarenta días. Pero, estaba por dejar este mundo para volver al Padre y los discípulos aún no entendían y piensan todavía en un poder terreno: «Señor, ¿es en este momento, cuando vas a restablecer el Reino de Israel?» (Hech 1,6). No hay nada más que hacer, porque Jesús está por dejarlos. Pero les da la instrucción de esperar, pues «recibirán fuerza, cuando venga sobre ustedes el Espíritu Santo, y serán mis testigos» (Hech 1,8). Esto es lo que ocurrió el día de Pentecostés. Ese día los apóstoles recibieron el Espíritu Santo, que les hizo comprender el misterio de Cristo y les dio fuerza para anunciarlo con valentía a todo el mundo.

                                          + Felipe Bacarreza Rodríguez

                                     Obispo de Santa María de los Ángeles

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