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Scicluna, el halcón maltés

Leslia Jorquera

Rodrigo Larraín, académico Universidad Central de Chile.

por Leslia Jorquera

El arzobispo de Malta Charles J. Sccluna ha despertado una simpatía insólita; todos quienes se han entrevistado con él alaban su sensibilidad y empatía, al punto que se emocionó hasta las lágrimas, según han declarado a los medios quienes le han expuesto los ultrajes y las complicidades de sacerdotes abusadores. La misma opinión se tiene de quien le reemplazó cuando fue hospitalizado.

Es el ‘halcón maltés’, como la clásica película, le apodan sus cercanos. Aparte de ser nacido en Malta y ser duro astuto como un halcón, hasta ahí llega la coincidencia. Fue Benedicto XVI quien le nombró para investigar los delitos sexuales de todo tipo cometidos por los clérigos católicos. En verdad, sólo se investiga la pederastia y delitos próximos, más no otro tipo de pecados, faltas o delitos contra el VI mandamiento. Los ‘delicta graviora’, los delitos más graves, están reservados en su perdón a la Santa Sede, no son sólo sexuales, aunque sí unos cuantos, como absolver a quien fue coautor de un delito sexual, las profanaciones, violar el secreto de confesión y, esto es fundamental, abusar sexualmente de un menor de 18 años. Los obispos pecan gravemente si consagran a otro obispo sin licencia de la Santa Sede.

La estructura encargada de ver tales conductas es la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, de donde Scicluna fue promotor de justicia cuando Benedicto era el prefecto de esa congregación. Para esos tiempos lo hizo bien y se mantuvo en discreto segundo plano. Pero este pequeño hombre de poco más de metro y medio, no es un juez, fue enviado para escuchar a quienes quisieran aportar antecedentes en torno a la situación que atañe a algunas de las víctimas de Karadima. No viene revestido, por el momento y no sabemos si en el futuro, de poderes jurisdiccionales. Es una confusión debida quizás por sus antecedentes, es un especialista en derecho canónico, un funcionario riguroso, aunque con gran sentido de humor, además de ser quien comprobó las acusaciones en contra de Marcial Maciel, el favorito de Juan Pablo II. Sin embargo, aún no hay resolución sobre la obra de este depredador sexual. Scicluna recogerá antecedentes, las evidencias que quería Bergoglio, y las presentará, suponemos, al Papa que fue quien le encargó que viniera.

Pero Scicluna también es un creativo. Basándose en tecnicismos canónicos, en los casos de delitos sexuales cometidos por los clérigos en que ha intervenido, encontró que un 30% no corresponden a delitos pues son relaciones heterosexuales de los que un clérigo se puede arrepentir en realidad es casi siempre un amancebamiento de muchos años de duración, curas con pareja e hijos; la efebofilia, que es el gusto por adolescentes, efebos, del mismo sexo, es una homosexualidad abusiva como el caso de Karadima. Y el saldo, 10% son entonces casos de pedofilia. Interesante, pues el más repugnante delito de abuso sexual disminuye su cuantía, y la efebofilia son casos que si bien no es sexo consentido entre adultos, los efebos son casi adultos. Como en el chiste no hay curas pedófilos, sino adolescentes curófilos. Creo que lo del arzobispo de Malta, al introducir tanta finura en la clasificación, intenta disminuir la culpa. Sin duda son delitos distintos, pero son todos igualmente graves, más aún si implican una traición a los votos libremente emitidos por ellos al entrar al estado clerical. Así que es mejor reservarse la simpatía hasta el final, cuando se vean los resultados.

Rodrigo Larraín, académico Universidad Central de Chile.

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