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La Tribuna
Columnista

Los pioneros de la movilización rural en Los Ángeles:  familia Vignolo

Leslia Jorquera

Osvaldo Sepúlveda Ruminot.

Viejo angelino Tío Walo

por Leslia Jorquera

Desde de la década del 40 se les conoció; todos buenos muchachos, desde don José Vignolo padre, hasta el hijo menor Mario, del primer matrimonio: cariñosos, amables, generosos, sinceros y francos en su actitud.

Toda la familia dedicada a los vehículos, los hombres: Lautaro, Carlos, Rafael o Lito y Mario Vignolo nacieron y se criaron entre los fierros de las góndolas, (vehículos de movilización colectiva) en el viejo edificio ubicado en calle Lynch, de altas murallas de ladrillos descoloridos y destruidos por el tiempo, (hoy atractivo edificio educacional). Era un bodegón apropiado para la empresa, de gran capacidad para vehículos en preparación para su trabajo diario. Los hermanos Vignolo, todos amantes y con gran vocación para la movilización vehicular. En uno de los extremos del primer piso estaba la residencia familiar, la oficina y comedor. En el segundo piso, los dormitorios y baño. Una familia unida y respetada. A Don José Vignolo se le conocía más por su lenguaje muy especial y divertido.

Había muy buenos mecánicos, buenas personas, amables, atentos y talleros, típico maestro autodidacta en reparación de vehículos; engrasados sus overoles, olientes a bencina y con el infaltable cigarrillo en la boca: su trabajo, era mantener a punto las góndolas dispuestas a cumplir con el recorrido Los Ángeles, Antuco y Quilleco, ida y regreso de lunes a sábado.

Todos los hermanos Vignolo eran los encargados de conducir las máquinas. Un trabajo sacrificado, duro y agotador, los caminos muy accidentados, en partes conservados con ripio de mala calidad y otros sectores calaminados; mucho barro en invierno y en verano el polvo que dejaba los rostros irreconocibles, y las vestimentas listas al lavado; una verdadera odisea.

Los pasajeros, la mayoría campesinos dueños de fundos y parceleros, por no hacer uso de sus medios de movilización, caballos, carretas, coche o algún vehículo motorizado, esperaban ansiosos las góndolas de la familia Vignolo. Si el recorrido era de bajada, los pasajeros subían a la micro cargados de sacos, bolsos, canastos llenos de mercaderías, pavos y gallinas gordas para vender en el pueblo de Los Ángeles; lo que no cabía en el interior, se llevaba en el techo de la góndola; la pobre máquina se veía rechoncha y pronta a reventar. De regreso, todos los pasajeros volvían a sus hogares alegres y satisfechos por haber realizado sus diligencias y visitar a sus familiares, un viaje hecho con mucho entusiasmo por el efecto de algunos tragullos. El recorrido de 60 o 70 kilómetros se realizaba en tres o cuatro horas, para la época era normal.

El recorrido para los Vignolo era de incertidumbre, cualquier desperfecto de la máquina era mayúsculo, caminos muy accidentados provocaban los reventones de neumáticos o fallas en el motor por el exceso de carga, hacia la localidad de Antuco o Quilleco.

Al final de la jornada, después de haber llegado con éxito a su destino, los encargados del recorrido llegaban a la pensión de doña Anita, para disfrutar de una opípara cena acompañada de sabrosos vinos pipeños. Luego de un agradable recreo con chistes, cuentos, cantos y guitarra, a la "durma", para levantarse temprano e iniciar el regreso a la ciudad.

En la familia Vignolo se distinguía Alicia, hermosa mujer de lindos ojos verdes, pelo medio rubio y de cutis blanco y aterciopelado, muy delicada y femenina, simpática y de una actitud atractiva. Amaba y respetaba a sus hermanos, llamaba la atención por su uniforme del Colegio del Niño Jesús.

Los pioneros de la movilización colectiva rural ya no están con nosotros, todos fallecidos, sólo quedan sus familiares que con gran pesar les lloran y recuerdan por los servicios prestados, especialmente a la comunidad de Antuco y Quilleco. Con esfuerzo, sacrificio y con un profundo sentido solidario dedicaron toda su vida al progreso de la Provincia de Bío Bío.

He escrito esta breve nota en recuerdo de la familia, en reconocimiento y gratitud a la férrea unidad de sinceros amigos que mantuve con los hermanos Vignolo. Gran parte de mi existencia la viví con ellos disfrutando de su sincera amistad, llena de alegría y variadas aventuras.

Osvaldo Sepúlveda Ruminot.

Viejo angelino – Tío Walo

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