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La Tribuna
Columnista

Hemos de frenar las culturas dictatoriales

Zazil-Ha Troncoso

Víctor Corcoba Herrero, escritor

por Zazil-Ha Troncoso

Vivimos una época de continuas dictaduras, donde todo se supedita a las reglas del mercado, que imponen sus propios referentes sin importar para nada los valores morales. Por desgracia, muchos líderes no ven más allá del mero lucro, alimentan la usura, y olvidan la satisfacción de una vida austera entregada a los débiles, sencilla, de incondicional servicio y entrega.

Continuar con esta cultura de intereses, de búsquedas absurdas, de negocios mundanos, nos lleva a una opresión verdaderamente preocupante. Por lo tanto, cuanto más nos alejamos de aquellos cultivos esenciales y auténticos, respetuosos con toda vida humana, más nos exponemos al fracaso, a la destrucción de la especie, al caos en definitiva.

Sólo abriéndose a un proceder de asistencia, y fraternizándose con nuestros análogos, podemos caminar, vivir y dejar vivir. Para empezar, deberíamos poner en orden nuestra mente e indagar sobre la verdad, que hoy tanto se enmaraña de falsedades, para que podamos perdurar en el tiempo y dar consistencia a un horizonte de respeto y a un camino en el que puedan coexistir todos los pensamientos. Nadie puede quedar aislado por mucho poder que aglutine. Tampoco se puede actuar unilateralmente, puesto que el planeta no ha germinado como un privilegio para algunos, sino como un lugar de convivencia para todas las civilizaciones.

La falta de sentido humano, de conciencia democrática de algunos dirigentes, genera unos frutos de intolerancia y despotismo como jamás. Estoy convencido de que si algunos políticos tuviesen otro corazón, los conflictos se resolverían mucho antes. Aquí se pone en evidencia la falta de humanidad de muchos gobernantes que, indudablemente, son un obstáculo para la reconciliación.

El mundo, a mi juicio, tiene una gran epidemia: la de dejarse adoctrinar, la de vivir en la ignorancia, la de no aprender a quererse a sí mismo. Ojalá despertemos, y lo que hoy nos parece corriente, como es la no consideración de los derechos humanos para algunas gentes, deje de serlo, y así poder construir un mejor orbe para todos, donde la intolerancia, el racismo y la segregación no tengan cabida. Para desgracia nuestra, todavía proseguimos amedrentando a los que luchan por algo tan prioritario como el pan de cada jornada, y que es la paz de cada día.

En efecto, deberíamos volver la vista atrás. La humanidad en su conjunto tiene que aprender de su propia historia. Ya no puede perder más tiempo. Andamos al borde del precipicio. Hace falta que todos los continentes se dejen cautivar por la propia naturaleza de la vida. Estamos, mal que nos pese, en un momento muy crítico. Las culturas dictatoriales injertan poderes que abusan hasta el extremo de volvernos juguetes para su necio divertimento.

Sería una estupidez, igualmente, plegarse a los vientos del populismo. Debemos construir un mundo que proteja y humanice. Tal vez sería saludable tomar tres palabras clave: ilusión, fortaleza y esperanza. Hay que salir de la decepción, ilusionarse con otro espíritu que no sea el del dinero, sino la fortaleza que da impulsar otras búsquedas, con otros horizontes más humanitarios, en el sentido más profundo y esperanzador del término.

Estamos hartos de dejarnos llevar por las modas, de leer la realidad acorde con el poder, sin apenas tiempo para nosotros, para poder vivir nuestra existencia sin miedos, ni complejos, ya que hasta ahora únicamente nos han tratado como materia de producción. Me niego a seguir con esta cadena. Reivindico la otra dimensión, la espiritual, o si quieren la trascendente, aquella que me facilita otros regocijos más internos, más de cercanía, más del alma.

De ahí lo fundamental de sentirnos libres para poder transformarnos, y a la vez, ser justos más allá de las palabras de la ley bajo la sublime perspectiva de la concordia, pues son las relaciones entre culturas lo que da sentido a la vida, sobre todo, sabiendo que cohabito, en gran medida, para los demás y por los demás.

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