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La Tribuna
Columnista

Yo soy la verdad Mt 4,25-5,12

Leslia Jorquera

+ Felipe Bacarreza Rodríguez

Obispo de Santa María de Los Ángeles

por Leslia Jorquera

El Evangelio de este Domingo IV del tiempo ordinario nos presenta a Jesús enseñando a una gran muchedumbre: «Lo siguió una gran muchedumbre de Galilea, Decápolis, Jerusalén y Judea, y del otro lado del Jordán. Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó… y les enseñaba diciendo…». Trasladando esta situación a nuestros días, podríamos decir que él tenía máximo «rating», lo que desearía cualquier personaje político hoy. Pero hay una infinita diferencia en el contenido de lo que dicen uno y otro.

En nuestros días se ha acuñado la expresión «políticamente correcto» para indicar lo que suelen decir los políticos. Lo «políticamente correcto» es lo que la gente quiere oír, lo que recibe el aplauso popular, lo que tiene mayoría en las encuestas de opinión. Corresponde exactamente a lo que los medios de comunicación de masas y las redes sociales difunden. Su contenido puede resumirse así: «Dichosos los ricos… dichosos los que disfrutan del bienestar del mundo actual… dichosos los jóvenes, sanos y fuertes, que pueden imponer su voluntad… dichosos los que ríen y lo pasan bien…». ¿Qué relación tiene esto con la verdad? ¿Interesa la verdad?

Jesús, en cambio, enseñaba a la multitud, diciendo: «Dichosos los pobres de espíritu… dichosos los mansos (resignados)… dichosos los que lloran…  los que tienen hambre y sed de justicia… los misericordiosos… los limpios de corazón… los que trabajan por la paz… los perseguidos por causa de la justicia…». No hay cómo componer una enseñanza con otra; no hay cómo componer lo políticamente correcto, lo que predican con todo su aparataje las redes sociales, y lo que enseña Jesús. ¡Debemos optar!

Los cristianos, los que son coherentes con este nombre, deben optar por lo que Jesús enseña. ¿Por qué deberían hacerlo, contra lo que difunden los medios de comunicación y lo que recibe mayoría en las encuestas? Por una sola razón: porque es la verdad. Las bienaventuranzas y todo lo que Jesús dice es la verdad, porque él mismo, toda su Persona, es la verdad, como lo declara él mismo de manera solemne: «Yo soy el camino y la verdad y la vida» (Jn 14,6). Y, de nuevo, ante Pilato: «Todo el que es de la verdad escucha mi voz» (Jn 18,37). Pilato pregunta: «¿Qué es la verdad?»; pero no espera la respuesta, porque no le interesa; su interés era mantenerse en el poder. Por eso, aunque estaba convencido de que Jesús era inocente –Repite: «No encuentro en él ningún delito» (Jn 19,4.6)–, lo entregó a la muerte, lo que pedía en ese momento la mayoría. No está lejos de lo que piden algunos políticos hoy en nuestro país con la aprobación de una ley que permita matar un ser humano inocente e indefenso en el seno materno.

«¿Qué es la verdad?». En el mundo bíblico, que es el de la mente de Jesús, la verdad tiene relación con la firmeza. En el Antiguo Testamento es frecuente llamar a Dios «Roca», como lo hace el salmista: «Aclamemos al Señor; demos vítores a la Roca que nos salva» (Sal 95,1). La verdad es aquello que me sustenta, que no defrauda, es una roca tal, que si me apoyo en ella, no me hundiré. Por eso Jesús compara su Palabra con una roca, como lo hace en la conclusión de este mismo discurso que comienza con las bienaventuranzas: «El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica es como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca» (Mt 7,24).

Debemos, entonces, poner atención a lo que Jesús promete a quienes él llama «dichosos»: «De ellos es el Reino de los Cielos… ellos heredarán la tierra… ellos serán consolados… ellos serán saciados… ellos alcanzarán misericordia… ellos verán a Dios… ellos serán llamados hijos de Dios». La esperanza de esta recompensa se proyecta sobre esta vida, de manera que los pobres de espíritu, los mansos… son dichosos ya en esta vida.

La bienaventuranza que proclaman los medios de comunicación y lo políticamente correcto, en cambio, no tiene consistencia, como nos advierte el apóstol Juan: «No amen al mundo ni lo que hay en el mundo… porque el mundo y sus concupiscencias (los atractivos del mundo) pasan; en cambio, quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre» (1Jn 2,15.17).

La última bienaventuranza resume todo lo dicho: «Dichosos serán ustedes cuando los injurien, y los persigan y digan con mentira toda clase de mal contra ustedes por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo; pues de la misma manera persiguieron  a los profetas anteriores a ustedes». El cristiano no debe esperar el aplauso popular, porque no lo recibirá; puede estar seguro, sin embargo, de que recibirá el aplauso de Dios mismo: «Bien, siervo bueno y fiel… entra a tomar parte en el gozo de tu Señor» (Mt 25,21.23).

        + Felipe Bacarreza Rodríguez

Obispo de Santa María de Los Ángeles

 

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