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La Tribuna
Columnista

Inmigrantes en Chile

Leslia Jorquera

Natalia Arévalo
Profesora

Vocera Fundación Voces Católicas

por Leslia Jorquera

Sueño con un país que abra sus puertas al tremendo aporte que podemos recibir de nuestros amigos venidos de tantas latitudes y celebro la diversidad. Mientras sea necesario, seguiré trabajando para educar en el respeto a la diferencia.

 

Durante un poco más de un año, tuve la oportunidad de compartir con una comunidad de mujeres inmigrantes en Estación Central, haciendo clases como voluntaria. Hacía poco que había vuelto a Chile luego de vivir durante tres años en Argentina, con el corazón agrandado por la hospitalidad recibida muchas veces por gente que apenas me conocía y quería devolver la mano por tanto bien recibido. Así fue entonces que me puse en contacto con una organización que trabaja con migrantes y ellos me orientaron para llevar mis servicios a esta comunidad. Lo que pensé que sería una simple instancia de voluntariado se convirtió en una escuela de vida que agradeceré eternamente.

Primero, aprendí sobre las vidas de estas mujeres. La mayoría de ellas llegó al país por motivos de trabajo; casi todas trabajaban en servicios domésticos aunque tuvieran títulos universitarios y se desvivían cuidando familias ajenas, ahorrando cada peso posible para mandar a sus propios hijos o seres queridos que habían quedado en sus países de origen. Descubrí que muchas de ellas habían vivido abusos laborales en el proceso de obtener sus residencias, que ellas habían sobrellevado gracias a que viven con la esperanza de reunirse algún día con sus familias. Ellas me enseñaron sobre comunidad y generosidad, mientras sus testimonios me confirmaron cuán importantes pueden ser las redes de apoyo cuando estás viviendo en otro país. Pero sobre todo, ellas me demostraron que todo aquel que llega a asentarse en Chile viene con la voluntad de construir un futuro mejor, y con el deseo de que se le reconozca como una persona cuyo derecho a migrar está consagrado por tratados internacionales que nuestra nación ha suscrito. 

Necesitamos aprender a construir puentes para hacer de Chile un país diverso donde todos los hijos de Dios puedan vivir en paz. El mismo Papa Francisco nos ha enseñado que los cristianos estamos llamados a construir la cultura de acogida, descubriendo en cada inmigrante un don que nos enriquece; así mismo, hace unos años nuestros obispos nos invitaban a hacer de este país una mesa para todos donde cada persona sea respetada en su dignidad. Como católica, recojo estas invitaciones y agradezco la presencia de cada uno de estos hermanos. Me duele cada palabra u acto racista que puedan recibir, pero tengo fe en que llegaremos al día en que la misericordia va a curar las heridas. Sueño con un país que abra sus puertas al tremendo aporte que podemos recibir de nuestros amigos venidos de tantas latitudes y celebro la diversidad. Mientras sea necesario, seguiré trabajando para educar en el respeto a la diferencia, y que se hagan realidad las palabras de la canción: “verás cómo quieren en Chile al amigo cuando es forastero”. 

Natalia Arévalo

Profesora

Vocera Fundación Voces Católicas

 

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