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Columnista

Pokemones ¿y después qué?

Leslia Jorquera

Federico García Larraín

Bachiller en Filosofía Medieval

U. Nueva York

Licenciado en Filosofía

U. Los Andes

por Leslia Jorquera

Conozco muchos buenos profesionales, padres responsables y ciudadanos comprometidos que han bajado la aplicación sin destruir sus vidas en el proceso de captura y entrenamiento de los animalitos virtuales.

 

Han pasado ya varios días desde que está disponible en Chile el juego-aplicación “Pokémon Go” y no deja de ser notable la cantidad de gente que anda por las calles cazando animalitos virtuales. Las voces agoreras, en serio y en broma, han deplorado la situación y juzgado a esta generación que parece poseída de una estupidez colectiva. Esta situación particular no es para tanto: conozco muchos buenos profesionales, padres responsables y ciudadanos comprometidos que han bajado la aplicación sin destruir sus vidas en el proceso de captura y entrenamiento de los animalitos virtuales (aunque alguno tuvo que ponerle freno al asunto en su oficina). Por lo demás, es probable que el tiempo perdido en cacerías de pokemones no hubiera sido aprovechado en alta cultura de no existir este juego. No vale la pena preocuparse y añorar un pasado mejor, dentro de poco “Pokémon Go” no será más que un recuerdo y en el futuro habrá otras cosas en las que perder el tiempo.

La histeria colectiva de un juego de realidad aumentada es sólo un elemento de algo más amplio. Es tentador recurrir a teorías sobre el comportamiento masas (y Chile parece ser un lugar especialmente susceptible a este tipo de fenómenos), pero también se puede mirar la situación desde la perspectiva de la cultura del entretenimiento y el afán de novedades.

Lo que devela la cultura de la distracción es, por una parte, la dicotomía entre trabajo y juego, que lleva, como contrapartida, a la evasión continua. A juzgar por resultados y actitudes, para mucha gente el trabajo es poco más que una actividad penosa, que hay que soportar para poder vivir. (El estudio es también, entonces, una actividad penosa que hay que soportar para poder obtener un trabajo para poder vivir: quizás en el problema del sentido se encuentre una de las semillas del malestar estudiantil). Por lo mismo, es natural querer escapar del trabajo. Para quienes tienen un trabajo de escritorio, la pantalla es un medio muy eficaz. Pero una vez terminado el trabajo no está claro que comience la vida, entre otras cosas, porque no está claro en qué consiste eso. Frente a una vida con poco contenido o proyecto, o concebida como pura distracción (distracción o diversión de sí misma), es natural que una novedad como un juego de realidad aumentada genere un movimiento de masas: entrega una sensación de propósito a medida que se van cumpliendo metas intrascendentes. Es como la venida de un mesías que viene a liberar al pueblo de su aburrimiento y sinsentido. Un falso profeta, pero no importa, si éste no cumple su promesa, ya vendrá otro.

Federico García Larraín

Bachiller en Filosofía Medieval

U. Nueva York

Licenciado en Filosofía

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