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Entel, otro más

Leslia Jorquera

Mario Ríos Santander

por Leslia Jorquera

¿Es posible aceptar que a un vecino lo envíen al desconocido mundo de las voces telefónicas, sin que nadie lo acompañe en su confusión y desamparo?

 

Ingreso al local. Siempre atestado de gente. La mitad comprando un nuevo equipo, la otra, alegando por algo. Yo soy uno de estos últimos. Ocupo una de los escasos asientos de espera. Saludo gente, me saludan. Una señora se sienta a mi lado y me comenta su problema. La oigo, la aconsejo. Se va.

En la pantalla surge mi número de espera. Me despido y acudo al “counter” respectivo. Como siempre una mujer simpática, bonita me dice “buenos días Don Mario, ¿qué se le ofrece?”. En mis manos la última cuenta de celulares. Le señalo que hay cifras que desconozco. Ella, se mete en la pantalla y hunde teclas y más teclas. Luego, silencio. No despega los ojos de la pantalla. Le miro sus ojos, están fijos en algo que no alcanzo a ver. Nuevamente teclas y otras teclas. Otro silencio. Parece que va a murmurar algo pero se detiene. Nuevas teclas que se hunden bajo sus dedos. Y nuevo silencio hasta que de pronto sentencia lo obvio: “Ud. tiene los siguientes números de teléfonos…” y los señala. Le respondo afirmativamente. “¿Y cuál es su problema?”. Señalo que hay cifras que no corresponderían a los planes contratados. “Vamos a ver”. La sonrisa desaparece, se hunde en la pantalla y el tecleo es impresionante. De pronto se vuelva a una impresora y retira un papel. “Aquí están sus cuentas”. Las leo y no me cuadran las cifras.

Le hago ver este asunto. Vuelve a la pantalla. El silencio de esta mujer bonita es absoluto, pero tengo la esperanza de tener yo la razón. Tecleo, tecleos, tecleos. Nada. Sigue en silencio hasta que de pronto una pregunta, “¿anda con su celular?”. Se lo muestro. “Marque el 151 y haga la denuncia que quiere hacer”. Me paralizó. “Pero si estoy aquí para arreglar una cuenta y estoy en Entel, Ud. tómelo como denuncia o consulta, me da lo mismo, sólo que quiero resolver este asunto”. Reaparece una sonrisa, ahora algo forzada. La entiendo, tiene que poner la cara de Entel. Es su trabajo, detrás una familia. “Las denuncia Don Mario se hacen por ese número. Yo no la puedo recibir”. Marco el número. Sale una voz, (esta vez parece chilena).

Hago la denuncia y le digo que estoy en una oficina Entel. “¿Es una Entel express?”. No tengo idea, le respondo. “¿Qué importancia tiene que sea Express o no?”, me atrevo a preguntar. No me contesta. Hago la denuncia. No entiende nada la voz misteriosa del otro lado. Miro a quien me había atendido y ya tenía otro cliente. Estaba en la etapa de la sonrisa. Le interrumpo, pido perdón, ella toma mi celular y habla con la voz lejana. Le explica y tampoco se ponen de acuerdo. Toma un lápiz y me entrega un papel con un número. Estaba algo mas seria, molesta. “Ahí tiene el número de su denuncia, lo llamarán en 48 horas más”.

Se terminó la conversación. Me sentí desamparado. Recordé una norma que aprobamos para que los municipios asuman la defensa ciudadana. Esta es una de ellas. ¿Es posible aceptar que a un vecino lo envíen al desconocido mundo de las voces telefónicas, sin que nadie lo acompañe en su confusión y desamparo? Estoy seguro que somos miles. Ayer cuatro días después llego un mensaje: “Su reclamo no fue acogido”. Me entregan un número para conocer los motivos. Lo marco, sale una voz, “debe llamar al 105”. Lo hago. Otra voz que me lee una larga nota, le señalo que me lo envíe por escrito. Me responde que lo hará saber para que me envíen la respuesta. ¿Qué ocurrirá? Misterio.

Mario Ríos Santander

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