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La Tribuna
Columnista

La alegría del amor

Leslia Jorquera

Abelardo González

por Leslia Jorquera

 El deseo de amar y de formar una familia permanece vivo en el corazón de hombres y mujeres que aspiran a una “unión exclusiva  fiel y abierta a la generación”.

Desde el 19 de octubre del año 2015, fecha en que se puso término al Sínodo Extraordinario sobre la Familia, las miradas estuvieron puestas en el Vaticano, a la espera de que el Santo Padre se pronunciara sobre lo discutido durante sus extensas sesiones. La mirada amorosa y la palabra rectora que tiene la Iglesia sobre este tema no se hicieron esperar y se plasmaron en la Exhortación Apostólica sobre el amor en la Familia, bautizada con el bellísimo nombre “La alegría del amor”, que fue entregada en Roma el 19 de marzo.

La extraordinaria importancia del tema, la gran cantidad de  opiniones que se emitieron, los casi diarios “trascendidos” que publicó la prensa y los vaticinios de quiebres y luchas de poder que hicieron expertos vaticanistas, lograron crear un clima de gran expectación por enterarse de los grandes “cambios” que -¡al fin!- introduciría la Iglesia en el sacramento del matrimonio: ¿Autorizaría el sacramento de la eucaristía a quienes se han vuelto a casar? ¿La Encíclica Humane Vitae sería arrojada a la hoguera? ¿Bendeciría la Iglesia por lo menos alguna de las llamadas uniones civiles?

Nada de eso pasó. El Santo Padre, muy por el contrario, no hizo sino ratificar la que siempre ha sido doctrina de la Iglesia, que no es otra que la que se encuentra en el número 1601 del Catecismo de la Iglesia Católica, que define el matrimonio como  aquella alianza ”por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole”.

En su Exhortación, el Papa Francisco reconoce que por parte de la Iglesia ha habido quizás una mirada excesivamente idealizada del matrimonio y quiere, entonces, alumbrar la “situación concreta” y “las posibilidades efectivas de las familias reales” del sigo XXI, tomando nota “sobre sus dificultades y desafíos actuales”. Con objetividad observa “la presencia del dolor, del mal, de la violencia que rompen la vida de la familia y su íntima comunión de vida y amor” y sabe que siempre se “requiere luchar, renacer, reinventarse y empezar de nuevo hasta la muerte”. Pero, a la vez,  sabe muy bien  que, a pesar de las numerosas señales de crisis, que  es imposible desconocer, el deseo de amar y de formar una familia permanece vivo en el corazón de hombres y mujeres que aspiran  a una “unión exclusiva fiel y abierta a la generación”. No es fácil, es cierto,  pero es posible, sobre todo si se cuenta con  el don de la gracia de Dios, “que nos sostiene y nos permite entregar totalmente nuestro futuro a la persona amada”.

Abelardo González

 

 

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