Opinión

Democracia en duelo

Karen Trajtemberg

Escuela de Periodismo

Universidad Adolfo Ibáñez

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El liderazgo que ejercía a la cabeza no sólo del gobierno, sino del país entero, y la capacidad de lograr acuerdos entre el oficialismo y la oposición, se extrañan en el Chile de hoy.

 

Cuando recién habían pasado 70 días desde su asunción en 1990, el entonces Presidente de la República, Patricio Aylwin Azócar, pronunció su primer discurso ante el Congreso Pleno, en una jornada histórica luego de 17 años de dictadura.

Fue de esos discursos antiguos, donde la pasión del orador hacía temblar a la audiencia, ya fuera a favor o en contra. Y en su alocución, Aylwin -desde la estatura de un hombre de Estado- hablaba de la responsabilidad que conllevaba la recién adquirida democracia y llamaba a "consolidarla y perfeccionarla".

Recordaba también que "al clima de confrontación y descalificaciones, odios y violencia que prevaleció por tanto tiempo, ha sucedido un ambiente de paz, respeto a las personas, debate civilizado y búsqueda de acuerdos".

Chile era otro en ese momento. La "alegría" que había prometido la Concertación de Partidos por el No comenzaba a convertirse en impaciencia, pero por otro lado, el poder que todavía tenían las Fuerzas Armadas, en general, y el comandante en Jefe del Ejército, Augusto Pinochet, en particular, transformaban el ambiente político en una olla a presión permanente. Aunque hoy algunos lo critiquen, en ese entonces no era prudente "quebrar huevos".

En esos años sí que había dificultades políticas (sin desmerecer los actuales casos de irregularidades): El denominado "ejercicio de enlace" y el "boinazo" (¿alguien se imagina hoy ver caer militares con tenida de combate y sus caras pintadas de negro, al lado de La Moneda?); los atentados del FPMR, incluido el asesinato del senador UDI, Jaime Guzmán; la presión de Pinochet por la investigación de los "pinocheques" y su preocupación ante el "desfile de uniformados por tribunales" en casos de DD.HH. O la indignación del jefe máximo del Ejército al conocerse el denominado Informe Rettig, donde -por primera vez de manera oficial- Aylwin, a nombre de Chile, pidió perdón por las atrocidades cometidas por el régimen.

A esas alturas, pocos recordaban -o a pocos les interesaba- el polémico papel que había tenido Aylwin durante el mandato de Salvador Allende y previo a la llegada de la Junta Militar al gobierno. Porque se había recuperado la democracia y había que cuidarla.

Ayer, al saber de la muerte del ex Presidente, sus palabras en ese discurso cobraron aún más sentido para mí. Porque ese "ambiente de paz, de respeto, debate civilizado y búsqueda de acuerdos" parece haber desaparecido de la esfera pública casi 30 años después.

El liderazgo que ejercía a la cabeza no sólo del gobierno, sino del país entero, y la capacidad de lograr acuerdos entre el oficialismo y la oposición, se extrañan en el Chile de hoy. Y aunque se le criticó su apuesta por los consensos, la actual lógica del conflicto -de la "política de titular"- le está haciendo daño a la democracia. A esa democracia que inauguró Aylwin, por la que manifestaba su alegría ese 21 de mayo de 1990 y por la que se le recordará en la historia de Chile.

Karen Trajtemberg

Escuela de Periodismo

Universidad Adolfo Ibáñez

 

 

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