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La Tribuna
Columnista

Reformas educativas y sociedad

Leslia Jorquera

Alejandro Mege Valdebenito

por Leslia Jorquera

Una reforma tras otra sólo han logrado avances parciales que no dan respuesta al objetivo de construir a través de su acción una sociedad más justa e igualitaria.

 

Educación y sociedad constituyen una ecuación que no puede ser resuelta sin la participación y el acuerdo de ambas. Si la educación no mejora es porque la sociedad no lo permite y, al no hacerlo, la educación no puede influir para mejorar el sistema social. Así ocurre con las reformas educacionales que –si bien tienen la intención de construir un sistema educativo que supere sus propias deficiencias y con ello las de la sociedad -no cumplen a plenitud sus objetivos por no existir la participación ni el consenso ciudadano que las valide y las haga posible, más cuando las reformas que se postulan se aceptan o se rechazan en tanto representen o no las ideas de ciertos sectores de la sociedad que presionan para que el sistema educativo sostenga y proyecte determinadas visiones del mundo y de la vida. De este modo, una reforma tras otra únicamente han logrado  avances parciales que no dan respuesta al objetivo de construir a través de su acción una sociedad más justa e igualitaria, como un derecho humano del que la sociedad debe hacerse cargo como su principal responsabilidad para hacerse digna de sí misma.

Más allá de los fundamentos que sustentan las reformas educativas y lo que las disposiciones legales y procedimientos administrativos y prácticas pedagógicas establezcan o recomienden, la educación no ha cambiado como se esperaba ni lo hará por el solo imperio de la ley si no existe una disposición para asumir la necesidad el cambio entre los distintos actores sociales.

Así, las reformas educativas no se concretan solamente por decreto. Si así fuera bastaría que se cumplieran las leyes para disminuir o evitar los accidentes y muertes en el tránsito; los fraudes y la evasión tributaria, la corrupción y la inmoralidad, entre otras, que cruza transversalmente la sociedad. De ahí resulta que la educación como fenómeno social no tiene la fuerza formativa  para modificar la conducta de las personas si la  sociedad no la respalda o actúa en contrario como ocurre cuando  la justicia, ante comportamientos que eran consideradas ilícitos e inmorales, al hacerse tan comunes y justificables, estima que ya no merecen sanción. Resulta entonces que es la realidad social –que ingresa por las puertas y ventanas de las aulas escolares en toda su expresión y crudeza- la que condiciona el quehacer educativo intra y extraescuela y que la institución escolar, despojada de toda autoridad y respeto, no es capaz de modificar. De este modo, las reformas en educación si bien son necesarias, qué duda cabe, no son suficientes para producir los cambios que la sociedad  requiere si  las personas –de manera individual y colectiva- no reconocen ni   asumen  que de una  educación de calidad integral depende el progreso, la justicia y la paz social.

Alejandro Mege Valdebenito

 

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