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Columnista

La ética, al pizarrón

Leslia Jorquera

Alejandro Mege Valdebenito.

por Leslia Jorquera

 

La ética como orientadora y reguladora de la vida en sociedad parece una utopía. Los códigos de ética en las distintas actividades y profesiones son elaboraciones racionales que pocos cumplen.

 La escena era la habitual, pero el tema de la clase ha estado desde hace bastante tiempo, sino abandonado, por lo menos dejó de ser tratado con fuerza y claridad en las aulas escolares. Más, por los hechos conocidos,  nunca había estado tan presente en nuestra vida social, dejando al desnudo las insondables facetas de las debilidades humanas y la facilidad como se transgreden los principios y valores que dan dignidad al deber ser de cada persona, más allá de la posición social, el poder o la riqueza.

La ética era el tema. La ética, esa elaboración del espíritu humano que pensadores, sabios y filósofos construyeron desde la antigüedad con lo más noble y profundo del saber acumulado  como  fundamento del buen vivir mediante la formación del carácter que nos capacite para discernir entre el bien y el mal de modo de actuar correctamente según los valores, principios, ideales y normas sociales que cobran sentido e identifican a la persona, que son su carta de presentación en las cotidianas actuaciones de la vida privada y pública, ya que por las obras seremos conocidos.

Es la conciencia que vigila el comportamiento que debemos tener si somos dignos de la condición de humanidad de la que hacemos gala. Si somos leales y consecuentes con el discurso con que solemos adherir a los preceptos de una ética de vida o si la vulneramos como si tuviéramos derecho a hacerlo. Por lo que se conoce, varias instituciones han planteado la necesidad de modificar sus códigos de ética, cuando lo que debe cambiar es el obrar de las personas.

La conclusión de la clase fue que la ética es hoy solo la sentida aspiración de algunos, el querer ser  de quienes creen en la honestidad, la justicia, la solidaridad y la paz como normas de vida, capaces de sentir indignación frente a tanta inconsecuencia y descaro que la vulneran, que niegan o justifican los actos fraudulentos cometidos y que afectan a quienes tienen menos posibilidades de evitar o defenderse de sus consecuencias.

Las experiencias personales o ajenas, individuales o colectivas –pero igualmente éticas- fueron numerosas. La ética como orientadora y reguladora de la vida en sociedad parece una utopía. Los códigos de ética en las distintas actividades y profesiones son elaboraciones racionales que pocos cumplen.

La clase recomendó que la ética se debe establecer y vivenciar desde la familia a todas las instancias de la vida social y para la educación  una materia que  no debe abandonar las aulas y ser sacada a diario al pizarrón. El ejercicio bien valió la pena.

Alejandro Mege Valdebenito.

 

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