Opinión

Rugby: siempre gana el mejor

Abelardo González

11-11-2015_20-50-24AbelardoGonzalez,
11-11-2015_20-50-24AbelardoGonzalez / FUENTE:
  1. El respeto total a las reglas y el acatamiento a las decisiones del árbitro, a quien se trata de señor, son sagradas y no se discuten nunca; no hay en él lucimientos personales ni comidas de pelota, tanto es así que la camiseta del rugbista sólo indica la posición de juego, no el nombre del jugador.

Lo más probable es que si no hubiera sido por el desafortunado viaje de un senador a Inglaterra, la gran mayoría de los chilenos no nos habríamos enterado del Mundial de Rugby, que terminó con el triunfo de Nueva Zelanda ante Australia. Aunque es un deporte mayormente practicado en los países que conforman las Islas Británicas, hoy se ha extendido por todo el mundo, llegando a ser 118 los países adheridos a la Word Rugby, la asociación internacional que lo reúne. Es tal su desarrollo que, como deporte olímpico, estará nuevamente presente en Río 2016.

Al observar un partido de rugby, es imposible sustraerse a la tentación de compararlo con el fútbol. Lo primero que llama la atención es cómo, pese a ser un deporte duro y aperrado, es un juego a la vez limpio, no violento, en el que cualquier tipo de agresión está sancionada con expulsión inmediata; no se ven jugadas malintencionadas, zancadillas, insultos, simulación de faltas, hacer tiempo ni patadas al rival. El respeto total a las reglas y el acatamiento a las decisiones del árbitro, a quien se trata de señor, son sagradas y no se discuten nunca; no hay en él lucimientos personales ni comidas de pelota, tanto es así que la camiseta del rugbista sólo indica la posición de juego, no el nombre del jugador. En el rugby no hay pichichis. El try no es producto de una jugada magistral, sino el resultado del juego de los 15 jugadores-compañeros; por eso no se produce esa manifestación exagerada del gol del futbol, ni mucho menos la celebración con besos, abrazos y saludos a la barra. El rugbista vive una serie de virtudes humanas, como son el compañerismo, la honestidad, el respeto, la disciplina, la lealtad, el sacrificio y el altruismo, y eso se palpa en la cancha. Es costumbre que al final del partido, se gane o se pierda, se hace un pasillo al rival y se comparte unas cervezas en el tercer tiempo, después de dejar la piel en el campo. En definitiva, es la práctica de esas virtudes la que distingue y hace diferente a este deporte, y también al público que gusta de él, que siempre muestra un comportamiento decente y educado. Jamás pasaría lo que se vio en el súper clásico que se jugó en el Monumental, el mismo día y casi a la misma hora de la final del rugby.

John Carlin en su entretenidísimo libro El Factor humano y Clint Eastwood en su brillante película Invictus nos relatan un hecho histórico interesantísimo ocurrido en torno a este deporte, cuando Nelson Mandela, con ocasión del Campeonato Mundial de Rugby celebrado en Sudáfrica el año 1995, logró, con su intuición y gran coraje, sellar definitivamente la unidad entre negros y blancos, después de 50 años de injusticias y discriminaciones. El partido que salvó a una nación se le ha denominado a ese histórico encuentro, en que el equipo sudafricano logró derrotar, en un agónico final 15 a 12, a Nueva Zelanda.

Abelardo González

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