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La Tribuna
Columnista

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón Mc 12,38-44

Leslia Jorquera

Felipe Bacarreza Rodríguez

Obispo de Santa María de Los Ángeles

por Leslia Jorquera

Hace dos domingos el Evangelio nos presentaba el último encuentro que tuvo Jesús en su camino a Jerusalén antes llegar a la meta; se trata del mendigo ciego Bartimeo que en su pobreza contrasta fuertemente con el rico encontrado poco antes. Llegado a Jerusalén, la actividad de Jesús se concentró casi exclusivamente en el templo, según él mismo lo declara a quienes vienen a detenerlo clandestinamente: «Todos los días estaba con ustedes enseñando en el Templo, y no me detuvieron» (Mc 14,49). El Evangelio de este Domingo XXXII del tiempo ordinario nos presenta la última enseñanza de Jesús antes de dejar definitivamente el templo. Ya no volverá a entrar en él. Más aun, saliendo de él, profetiza su destrucción: «Al salir del templo, uno de sus discípulos le dice: “Maestro, mira qué piedras y qué construcciones”. Jesús le dijo: “¿Ves esas grandes construcciones? No quedará aquí piedra sobre piedra que no sea destruido”» (Mc 13,1-2).

Doble es esta última enseñanza que Jesús entrega en el templo. Ambas enseñanzas se dirigen a sus discípulos y toman como base el ejemplo de otros, en un caso para evitarlo y en el otro para imitarlo.

«En su enseñanza, decía: “Guárdense de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes”». Los escribas han sido los mayores opositores de Jesús. Ellos tienen un concepto del Cristo diametralmente opuesto al que anuncia Jesús. Ellos esperan un Cristo que triunfe y reine y esperan participar de ese triunfo ocupando los primeros puestos. No difiere mucho esa imagen del Cristo de la que tienen los mismos discípulos de Jesús. En efecto, poco antes, en el camino, ellos habían discutido entre sí quién era el mayor (cf. Mc 9,34) y se habían disputado los primeros puestos a derecha e izquierda de Jesús en su triunfo (cf. Mc 10,37.41). Jesús les había enseñado que «si uno quiere ser el primero se hará el último y el servidor de todos» (Mc 9,35) y que «el que quiera ser grande entre ellos será el servidor de ellos y el que quiera ser el primero entre ellos será el esclavo de todos» (Mc 10,43-44). Jesús repite ahora en el templo la misma enseñanza, pero  haciendo ver a qué extremos lleva la ambición de la gloria humana: «Ellos (los escribas) devoran las casas de las viudas y oran largamente para ser vistos». Quieren gozar de la fama de hombres santos, para recibir honor y dinero. La sentencia de Jesús es severa contra esa actitud: «Ellos recibirán una mayor condenación».

La segunda enseñanza –esta es la última en el templo– es el ejemplo contrario. Sentado frente al tesoro del templo Jesús observaba cómo la gente echaba allí monedas para proveer al culto: «Muchos ricos echaban mucho». Esto no despierta en Jesús ninguna reacción. Lo que ve a continuación lo deja admirado: «Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del as». Para tener una idea de esta cantidad, hay que saber que un cuadrante (la cuarta parte de un as) es un denario dividido por 64. El denario es el salario diario de un obrero. Estamos hablando de aprox. $ 200 nuestros. Jesús no pierde la oportunidad de  instruir a sus discípulos poniendo a la viuda como ejemplo: «Llamando a sus discípulos, les dijo: “En verdad les digo que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro». Es una afirmación provocativa si se considera que los otros «echaban mucho». Pero Jesús explica: «Todos han echado de lo que les sobraba; ella, en cambio, en su indigencia, ha echado todo lo que tenía, todo el sustento de su vida». Ella ha echado más porque lo ha echado todo.

En el Evangelio que se debía leer el domingo pasado, Jesús responde a la pregunta sobre el primero y mayor de los mandamientos: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con toda tu fuerza» (Mc 12,30). Nos preguntamos: ¿Quién puede cumplir ese mandamiento? Lo ha cumplido la viuda. Ella amó a Dios con esa totalidad. Quiso contribuir al culto que se debe a Dios con todo lo que tenía. Esta es la entrega que quiere ver Jesús en sus discípulos. Por eso les indica como ejemplo esa viuda.

Tenemos una última duda. ¿No fue imprudente la viuda echando en la alcancía del templo todo lo que tenía para comer? Fue imprudente, si juzgamos según nuestros criterios humanos; pero no, si juzgamos según el criterio de Dios. Por eso, Jesús aprueba la actitud de la viuda y la pone como ejemplo para nosotros. En ese tiempo, las viudas y los huérfanos eran los últimos en la línea de la pobreza, pues no tenían el apoyo de nadie, y esta era «una viuda pobre». Ella confiaba en Dios, como lo asegura el Salmo: «Padre de los huérfanos y protector de las viudas es Dios en su santa morada» (Sal 68,6). Si hubiéramos podido conocer la vida sucesiva de esa viuda, habríamos observado cómo recompensa Dios a los que confían en Él; les da el ciento por uno aquí y la vida eterna en el mundo futuro.

Felipe Bacarreza Rodríguez

Obispo de Santa María de Los Ángeles

 

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