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Columnista

Recuerdos de abuelo

Leslia Jorquera

Abelardo González

por Leslia Jorquera

Los papás  no se ven por ningún lado, lógico, porque ahí está lo genial y novedoso: “tú escogí el combo que querís, pagai (los precios varían a entre ocho  y trece lucas por niño), y te olvidai de todo: el trabajo lo hacen ellos, cachai”.

 

¿Por qué ese afán de querer cambiarlo todo, por qué ese espíritu   iconoclasta, que se ha puesto  de moda y que   pretenden  refundar todos los aspectos de la vida  y, neciamente,  reinventarlo   todo? Pareciera que muchos  no se han  enterado  de que  la rueda ya fue inventada hace siglos y que no por eso ha perdido ni un ápice de su  utilidad.  No se trata, a la manera de  Proust, de salir en búsqueda del tiempo pasado y saborear  acontecimientos ya idos,  ni  mucho menos defender a raja tabla  aquello de que  “todo tiempo pasado fue mejor”, porque no es cierto.

Se viene a la cabeza de los abuelos este pensamiento al observar a los  niños de hoy  en sus relaciones familiares, en sus juegos, estudios y diversiones. En forma inevitable la memoria se vuelve al pasado y la comparación fluye instantánea al percibir que, siendo esencialmente las  mismas actividades, las formas de realizarlas son absolutamente diferentes. Algunas, sin duda,  para bien y mejor, pero otras, por desgracia,  para mal y peor. Veamos, por ejemplo, la celebración de los cumpleaños.

El ansiado día llegaban a  casa los abuelos, padrinos, tíos y primos. En medio de ellos se celebraba el  nuevo año de vida del aquel niño, que era celebrado, en familia, rodeado de cariño y alegría. Cada uno llevaba un pequeño regalo que se abría de inmediato y se agradecía con un sonoro beso y un educado “gracias”. Como es  lógico, también había una torta –hecha por la mamá o por la abuelita-, chocolate caliente, globos, dulces y sorpresas. Pero no era sólo la familia la que estaba presente, también iban algunos amigos, dos o tres, sólo los más cercanos, que eran invitados personalmente, sin necesidad de tarjeta. El juego en grupo era la coronación de la fiesta.

Hoy es diferente, ¿mejor o peor? Veámoslo. La invitación “te invito a mi fiesta”  es para  todo el curso y, va en la libreta de comunicaciones, informando que la fiesta se hará  en un lugar ad hoc del Mall. En el día y la hora indicados  los invitados, después de haber sido provistos de un brazalete, echan, no entregan, el regalo en una bolsa fría y anónima, saludan al cumpleañero y comienza la “fiesta más genial y entretenida”: dos pedazos de pizzas, un vaso de jugo en polvo y la esperada  bolsita con fichas para jugar  en las máquinas. ¿Y la torta, las velas y el canto? No, a los niños de ahora (¿o a los papás?) no les gustan esas cosas. Otra novedad: los papás  no se ven por ningún lado, lógico, porque ahí está lo genial y novedoso: “tú escogí el combo que querís, pagai (los precios varían a entre ocho  y trece lucas por niño), y te olvidai de todo: el trabajo lo hacen ellos, cachai”.

Abelardo González

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