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La Tribuna
Columnista

La verdad bajo la alfombra

Cristian Delgadillo Rosales

Alejandro Mege

por Cristian Delgadillo Rosales

Con mayor o menor conocimiento el tema cruza las conversaciones en los encuentros  del día a día en todos los sectores del quehacer nacional. Hablar de la corrupción que nos anega, enmarcada en la incestuosa relación entre el dinero y la política, es una materia obligada cuando se reúnen dos o más personas y es tanta la dimensión que ha adquirido que ni los desastres naturales, que han impactado de manera  trágica y  con devastadoras consecuencias a miles de compatriotas, ha sido capaz de desviar de la atención, la indignación y la desconfianza ciudadana, de un tema  que cada día que pasa involucra a más personas cuando, desde los sectores y personas involucrados, con una dedicación digna de las mejores causas y en aras de una pretendida “transparencia” (de los actos de los otros, claro) y no siendo parte del sistema judicial, acusados y acusadores, como inquisidores que afirman  estar comprometidos con la verdad, comienzan a hurgar de manera sistemática y meticulosa bajo la alfombra de quien se encuentra enfrente hasta el momento  que se descubre que el lodo que se quiere exhibir ante la opinión pública se aloja también bajo la alfombra que pisan y no solo ensucia sus propios zapatos, salpica a unos cuantos más. De ahí que, resultando imposible ocultar bajo la alfombra la corrupción ajena y la propia, se acortan las distancias ideológicas, se olvidan las diferencias y con tibios “mea culpa”, se intentan reconocer los hechos delictuales con rebuscadas explicaciones que la desconfianza  generalizada hace poco creíbles y como los delitos cometidos  los identifican se buscan consensos para evitar el colapso de la clase que se considera así misma como el sostén de la estructura social y moral que pretende ser el prototipo digno de ser imitado por los ciudadanos, aquellos que no tienen más aspiraciones que construir una familia sana, llevar una vida digna sin que su conciencia les reproche ni les impida conciliar el sueño.

En este ambiente –una especie de camisa de fuerza- el sistema educativo formal que representa la institución escolar, no resulta ser un oasis  descontaminado de la influencia del entorno social. La realidad de lo que ocurre en la vida en sociedad no es ajena en la institución escolar, ingresa a ella, con sus virtudes y sus defectos, con cada alumno, con cada profesor y con cada padre o madre. La institución escolar que es –y así debe ser- la representación en miniatura de la sociedad de la que forma parte, y cuya misión no es reproducir sus defectos, sino purificarlos, la acción modeladora que puede ejercer sobre las nuevas generaciones resulta ser más débil que la acción del medio social que le rodea y le presiona. Siendo así, ¿cómo lograr que la educación que imparte el sistema educativo logre convencer a los alumnos que hay que ser honestos y decir la verdad cuando quienes ocupan los más altos niveles del poder político y económico no solo son deshonestos, sino que mienten de manera descarada?. ¿Cómo inculcar en niños y jóvenes el respeto por la dignidad del otro si quienes deben ser los modelos de rectitud, guardianes y actores de los valores positivos que una sociedad requiere, los denigra y pisotea?

La primera forma de aprender del ser humano es imitando. ¿A quiénes imitan hoy los niños?, ¿A quienes le creen los jóvenes en los tiempos que corren? La institución escolar y los profesores no son hoy por hoy el referente de la verdad y la buena conducta. Los verdaderos modelos (anti)sociales, aquellos que han alcanzado el éxito, la fama y la fortuna, a veces sin importar los medios, no son los que el sistema educativo quiere formar, se encuentran fuera de él.

El sistema educativo no existe para liberar a la familia y a la sociedad de su responsabilidad educadora, menos aún cuando ha sido la propia sociedad, y la familia como parte de ella, quien lo ha ido despojando del respeto y el apoyo que requiere para guiar y formar el carácter y la personalidad del futuro ciudadano conciente de su rol social, ese que cuente  con las condiciones morales y la fuerza necesaria para barrer desde bajo  la alfombra social la basura que contamina la vida individual y pública, antes que tal situación se generalice y que ubique la ética, la verdad y la justicia en el sitial que nunca debieron abandonar.

Es de esperar que la propuesta que el Informe que el Consejo asesor contra los conflictos de interés, el tráfico de influencias y la corrupción entregó a la Presidenta de la República sea el inicio de una nueva etapa de la vida social donde una elite corrupta aprenda a vivir de manera sana y honesta.

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