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La Tribuna
Columnista

El ser de profesor

Cristian Delgadillo Rosales

Alejandro Mege

por Cristian Delgadillo Rosales

Dentro de la Reforma Educacional, diseñar y establecer una carrera docente para quienes han asumido la profesión, junto a las condiciones contractuales y salariales, de promoción laboral y la calidad del ambiente en que se desempeña, su diseño e implementación debe hacerse eco de las características y requerimientos de los tiempos que se viven y que interprete la necesidad que tiene la sociedad del impacto de la acción docente  que resulte relevante en la formación de una persona  ética, que armonice el ser con el deber ser, en una sociedad en que los valores positivos debieran constituir la esencia de la participación consciente en una sociedad. Una carrera docente es de suyo relevante no solo para la dignificación profesional y personal de los hombres y mujeres que ejercen la docencia, lo es, también, para mejorar la calidad del servicio educativo, la mejor preparación y formación de niños y jóvenes, así como un aporte creativo y constructivo al crecimiento y desarrollo del país.

Así, una carrera docente que permita a quienes ejerzan la docencia realizarse en lo profesional y movilizarse en lo laboral, requiere determinadas competencias y compromisos de quienes cumplen con la tarea de conducir el proceso de aprender primero y de enseñar después, ya que para enseñar se tiene que saber y saber cómo hacerlo, aún en circunstancias poco propicias.

Numerosos son los estudios e investigaciones que han elaborado completos y sofisticado perfiles de lo que debe ser un profesor y resultan tan exhaustivos que suponen de la profesora y el profesor personas modelos de todo lo sabio, lo bueno y lo verdadero, un dechado de todas las virtudes, capaz de todos los sacrificios personales, poseedor de una amplísima gama de saberes y de competencias que resultan muy difíciles de reunir en una sola persona. Tanto es así, que en el perfil que se elabora del  ideal de profesor para Chile del Siglo XXI, se suman, junto a la vocación para ejercer la docencia, características personales y profesionales en lo académico, social, psicológico y actitudinal; dotado del don de la palabra, motivador, reflexivo, proactivo, responsable, comprometido, con manejo pedagógico, entre muchas otras condiciones, desde su capacidad de empatizar con sus alumnos hasta de ser capaz de perdonar.

Si en la formación del docente y en su desempeño profesional no se considera que la profesora y el profesor son seres humanos comunes y corrientes, que tienen necesidades y aspiraciones como todos los demás; que ríen y lloran, que se molestan y se indignan ante la presión indebida y  la injusticia; que viven, gozan o sufren sus propias historias personales, que requieren de la comprensión y el apoyo de la comunidad  en la realización de su tarea porque no son seres especiales capaces de resolver por sí solo los problemas que aquejan a la comunidad, los profesores si deben tener clara conciencia de la enorme responsabilidad que se tiene cuando se asume la tarea de contribuir en la formación de las generaciones de relevo de una sociedad.

Aunque soñadores y constructores de mejores futuros posibles, pero con los píes bien firmes sobre la tierra, el ser del profesor es, como resumen de su perfil, su condición ética y humana, ya que, como dice Sampaio (2004) “La crisis de la educación es la misma que asola la sociedad y a todo el planeta: la crisis de la consciencia de los valores humanos, de los sentimientos y de los ideales” y que una carrera docente implica muchos más que solo condiciones laborales y materiales para los maestros quienes tienen la misión de formar seres humanos integrales y no solo instrumentos al servicio del mercado. Por ello, para la reflexión, la petición hecha por un sobreviviente de los campos de concentración nazi. “Estimados Profesores: Soy sobreviviente de un “campo de concentración”. Mis ojos vieron lo que nadie debería ver: cámaras de gas construidas por ingenieros FORMADOS; niños envenenados por médicos diplomados; recién nacidos muertos por enfermeras instruidas; mujeres y bebés fusilados y quemados por graduados en Colegios y universidades. Así, tengo mis dudas respecto de la educación. Mi pedido es este: ayuden a sus alumnos a tornarse humanos.”(Werneck. 1997).

Si esta petición no está considerada en una carrera profesional docente, hay que incorporarla.

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