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La Tribuna
Columnista

Las cosas por su naturaleza

Cristian Delgadillo Rosales

por Cristian Delgadillo Rosales

Caminando por las calles de Pionyang, capital de Corea del Norte (breves paseos porque no hay autorización para caminar libremente entre las 9 horas y 19 horas, traslado laboral y hogar), observaba a sus habitantes con miradas cavilosas, verdaderos autómatas vivientes, sin sonrisa alguna. Pero, ¿hasta dónde la brutalidad humana? Un pueblo sin imaginación creadora, sin libertad, sin nada, “Eje del mal”, lo bautizó el Presidente Bush después de la destrucción de las torres gemelas. Un pueblo cuyo destino principal y final es mantener alegre al “Camarada Kim”, ojalá siempre regordete, al revés de su pueblo, desnutrido, sin alimentos suficientes porque el sistema no es capaz de proveerlo. Es una versión distinta al EI, Estado Islámico, que se manifiesta quemando carne humana, degollando, robando mujeres, alentando a Mahoma como único profeta. Mientras los de Corea del Norte tienen puesto sus ojos en Seúl, los del Estado Islámico las han emprendido contra Roma. Ambos por razones parecidas. Seúl, capital de la economía libre y, por tanto, de la desigualdad social y los del califato han puesto sus ojos en Roma, expresión más evidente de los cristianos, caratulados como “cómplices de un occidente maléfico y destructor”. Y aunque a ambos los une la idea de que si “flaquean”, occidente se demorará menos en conquistar sus territorios, tienen claro que por honrar al comunismo los de Corea del Norte, y a Ala, los islamitas, hay que matar seres humanos en la misma forma como murieron miles en las conquistas mundiales, millones en las guerras vividas. En realidad, no es ninguna novedad lo que hacen, “honramos la historia humana”, vociferan al instante que el fuego quema cuerpos inocentes, una daga corta el cuello de un “infiel” o repletan mazmorras que le llaman cárceles, en algún lugar de Corea del Norte.

¿Y POR QUÉ TODO ESTO?

En realidad, porque existe. También, porque lo señalado es la máxima expresión de la brutalidad humana y que no tiene la sanción mundial que corresponde. Porque nos quedamos pegados en el nazismo, como si esto fuera la última expresión de la tragedia del hombre, sin medir la actualidad.  Porque en menor grado, pero no por eso trascendente, festinamos la destrucción de valores permanentes de la sociedad, en esto, sin obuses ni misiles, con leyes, nueva arma moderna que le llaman expresión republicana. A la familia hay que hacerla “triza”, destruirla, quemarla como objeto inservible, viejo y retrógrado, que obliga y hace perder la libertad.

¿HA SIDO SIEMPRE ASÍ?

Sí, por ello existen los estados y, más que eso, la Iglesia, responsable, conductora y guardadora de los valores del hombre. Esta iglesia, hoy multiplicada por nuevas formas de organización, asoma con rostros diferentes: católicos, evangélicos, protestantes, otros. Unos se destacan por la defensa de la familia, los tratan de “locos”. Los más guardan silencio. Las cosas por su naturaleza ya no lo son y líderes del mismo Estado se encargan de torcer esta naturaleza. Concluimos en una verdad: califatos, comunistas, entre otros, no tienen gran diferencia en su actuar. Es cierto, unos mueren hoy, pero otros, sin familia concluirán su vida sin llegar a su vejez. El silencio de unos y otros, no es distinto. Mueren igual.      

               Mario Ríos Santander

Ex senador de la República

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