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La Tribuna
Columnista

El Evangelio, fuerza de Dios para el que cree Mc 1,14-20

Gabriel Hernandez Velozo

+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de Los Ángeles

por Gabriel Hernandez Velozo

«Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba el Evangelio de Dios». Con estas palabras comienza el Evangelio de este Domingo III del tiempo ordinario. Marcos nos informa que Jesús comenzó su misión después que el Precursor fue entregado, que esa misión comenzó en Galilea y que consistía en «proclamar el Evangelio de Dios».

El ministerio de Jesús y el de Juan fueron sucesivos y no corrieron nunca paralelos. Por eso, cuando la fama de Jesús se había difundido y se trató de responder quién era él, la primera respuesta lo identifica unánimemente con Juan, que ya había sido decapitado por Herodes. El mismo Herodes opina: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso operan en él las fuerzas» (Mc 6,14). Notemos que la acción de Jesús está caracterizada en primer lugar por «las fuerzas» (dynámeis), término que suele designar sus milagros.

El evangelista nos informa que el ministerio de Jesús comenzó en Galilea, la región desde donde él había venido al bautismo de Juan. Según Marcos, toda la vida pública de Jesús duró un año, pues incluye sólo una Pascua, aquella en la que Jesús murió en la cruz.

El término «Evangelio» es esencial a la fe cristiana, pues se identifica con la misión de Jesús en este mundo: «Proclamaba el Evangelio». Ese término ya lo había usado Marcos para dar el título a su escrito: «Comienzo del Evangelio de Jesús, Cristo, Hijo de Dios» (Mc 1,1). El término «Evangelio», significa literalmente «buen anuncio». Pero entre los discípulos de Cristo adquirió un sentido que va mucho más allá que un buen anuncio o una buena noticia. El primero que aplica el término «Evangelio» a la actividad de Jesús es San Pablo y él lo define como: «Fuerza de Dios para salvación de todo el que cree» (Rom 1,16). El Evangelio es, en primer lugar, «fuerza (dynamis) de Dios». Como hemos visto, esa fuerza es lo que caracteriza la actividad de Jesús. Esa fuerza de Dios se manifestó en los milagros de Jesús; pero alcanzó su punto culminante en la cruz. Esto es lo que los apóstoles predicaban: «La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios» (1Cor 1,18). El Evangelio, en último término, se identifica con Cristo crucificado: «Nosotros predicamos a Cristo crucificado... fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1Cor 1,23.24). Cristo crucificado es el Evangelio, porque es la prueba del amor de Dios: «La prueba de que Dios nos ama es que, siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom 5,8).

Marcos llama a su escrito «Evangelio», porque por medio de él quiere anunciar el amor de Dios manifestado en Cristo crucificado. Cada uno debe preguntarse qué es para él el Evangelio: es necedad para los que se pierden, es fuerza de Dios para los que se salvan. Durante todos los domingos de este año, desde las páginas del Evangelio de Marcos, Jesús nos exhortará: «Conviértanse y crean en el Evangelio».

A continuación, en la respuesta de los primeros seguidores de Jesús, Marcos quiere mostrarnos qué significa convertirse y creer en el Evangelio: «Bordeando el mar de Galilea, Jesús vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran  pescadores. Jesús les dijo: “Vengan conmigo, y los haré pescadores de hombres”». Creyeron; y obró en ellos la fuerza de Dios: «Al instante, dejando las redes, lo siguieron». La misma fuerza se desplegó en los hermanos Santiago y Juan: «Jesús los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él». Marcos hace notar que ellos poseían una profesión –eran pescadores–, pero se convirtieron; cambiaron de actividad y de vida para seguir, en adelante, a Jesús. Jesús, al llamarlos, no los llama a desarrollar un programa; los llama a seguirlo a él, a una Persona. No los deja, sin embargo, sin una profesión; en adelante, serán «pescadores de hombres». Se convirtieron de pescadores de peces en pescadores de hombres, a causa de Jesús. Así queda claro, desde el momento de su llamada, que la misma experiencia que ellos tuvieron, porque actuó en ellos la fuerza de Dios, tendrán que transmitirla a muchos otros. Esa experiencia consiste en la comunión de vida con Jesús: «Lo siguieron».

Jesús sigue proclamando el Evangelio en la celebración eucarística de cada domingo. Debemos dejar que actúe en nosotros la fuerza de Dios para que tengamos la dicha de ser atrapados en las redes de Pedro y seguir a Jesús.

+ Felipe Bacarreza Rodríguez

Obispo de Santa María de Los Ángeles

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