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Columnista

25 de octubre

Prensa La Tribuna

por Prensa La Tribuna

La importancia de lo ocurrido el 25 de octubre del año pasado se debe entender y comprender no solo desde la perspectiva de los altos niveles de participación ciudadanía, de sus contundentes resultados ni de que más tarde fueron los insospechados cambios en la correlación de fuerzas políticas y de la irrupción de nuevos actores en la escena pública, varios de ellos en las márgenes de la sociedad.

Aquel plebiscito tuvo una dimensión histórica que en pocas ocasiones se ha apreciado con tanta nitidez, quizás comparable a lo que fue otro proceso electoral similar, el plebiscito de octubre de 1988 que, después de 17 años de silencio forzoso impuesto por la dictadura, permitió abrir la puerta al restablecimiento democrático en una nación de larga tradición republicana.

No se trata de desdeñar los procesos electorales ocurridos desde aquel entonces hasta la fecha -especialmente en la primera magistratura de la nación- y que también definieron aspectos fundamentales de nuestra vida republicana.

El plebiscito de hace un año y su consecuencia -que fue la elección de un grupo de convencionales constituyentes- sobrepasa incluso lo simbólico que representa la figura del Presidente de la República y del Congreso Nacional.

Sabido es que su realización fue consecuencia del Acuerdo por la Paz del 15 de noviembre de 2019, suscrito por la gran mayoría de las fuerzas políticas con representación parlamentaria, luego de las masivas movilizaciones iniciadas un mes antes como expresión del descontento contra las injusticias y desigualdades.

Asumidos en sus cargos el 4 de julio, por primera vez en nuestra historia republicana un grupo de hombres y mujeres, en perfecta paridad de género y con representación de las naciones originarias, fueron elegidos por la propia ciudadanía para redactar una propuesta de nueva Constitución que deberá ratificarse en un referéndum de salida. Un total de 154 representantes tienen el mandato legal para proponer un nuevo pacto social que regirá para las próximas décadas. El desafío es mayúsculo.

Su trabajo será fundamental para nuestro futuro como país, no solo desde el punto de vista de una definición de las nuevas relaciones del Estado con sus ciudadanos en los más diversos aspectos de la vida, incluso dentro de lo más cotidiano, sino también de lo que representa, desde el punto de vista simbólico, en la recomposición del alma nacional.

Pese a los nubarrones que se han cruzado durante los más de tres meses y medio de funcionamiento del cuerpo colegiado, que han mermado su respaldo ciudadano, ciertamente que lo hecho hasta ahora -pese a las legítimas diferencias entre sus representantes- es la demostración de que solo el diálogo es la vía para la construcción de acuerdos fructíferos. No existe otro camino. Así lo ha demostrado la historia cada vez que se ha debido buscar los caminos de los conductos democráticos para la resolución de los conflictos.

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