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Columnista

Los responsables de la educación

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por La Tribuna
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Alejandro Mege Valdebenito.

En el permanente cuestionamiento que de todos los sectores se hace a la educación por no cumplir con la responsabilidad de alcanzar   la formación integral del ser humano, en su doble dimensión de  ser individual y ser social, con deberes y derechos para consigo mismo y los demás,  provisto de conocimientos, habilidades y destrezas intelectuales, dotado de un conjunto de valores éticos y de  un actuar consecuente  de las conductas morales  que le dan la condición de persona, es necesario reconocer y asumir que la educación que tenemos no es, ni  más ni menos, que el fiel reflejo del tipo de sociedad que, por acción u omisión, en mayor o medida, todos hemos ayudado construir; una comunidad social y educacionalmente segregada, individualista y competitiva, donde los valores éticos son los que menos valen, lo que hace cuesta arriba el cumplimiento de los fines de educación, que es la tarea más básica y fundamental de toda sociedad para crecer y desarrollar en justicia y armonía la vida en comunidad; notable empresa cuyo desarrollo depende de diferentes actores que  han sido paulatinamente abandonando su responsabilidad,  actitud en que destacan esencialmente los roles que cumple la familia, el Estado y el sistema escolar, instituciones que deberían mantener un diálogo permanente y sistémico de coordinación y evaluación continua del proceso educativo, hecho que lamentablemente no se produce y más bien, de las falencias, incluso del fracaso escolar, se culpan unos con otros, más cuando la educación que se logra impartir resulta ser esencialmente una acción informativa de conocimientos y ha dejado de ser  una actividad formativa en conductas del buen vivir, con los resultados que cada día lamentamos del comportamiento inadecuado y delictivo no solo de los jóvenes, también de los adultos e instituciones que nos merecían, hasta no hace mucho, el mayor de los respetos.

Si bien la propia ley (20.370/2009) reconoce que la educación se manifiesta a través de la enseñanza formal o regular, de manera no formal (modalidad que permite exámenes libres para acceder a una certificación) e informal, las que constituyen un continuo que interactúa sobre el mismo objetivo: una mujer y un hombre habilitados para convivir con dignidad en una sociedad que necesita resolver los problemas del diario vivir, no solo presentes, también futuros, no se ha conseguido que se relacionen entre sí.

Ahora bien, la familia como primera responsable de la educación de sus miembros ha ido traspasando a la institución escolar los aspectos formativos de sus hijos, más no le ha entregado el respaldo para que cumpla esa tarea, pero sí le exige resultados. A su vez, el Estado, para quien la educación dejó de ser su atención preferente,  asumiendo en esa materia un rol subsidiario, ha dejado que sea el mercado el que regule no solo la oferta educativa, también su calidad, la que  tiene un precio que no todos pueden pagar.

En medio de la familia y el Estado se encuentra la institución escolar donde el alumno y el profesor,   cumplen el rol más relevante del proceso formativo de aprender y de enseñar. Es el espacio diseñado para aprender a convivir en valores y transformar las actitudes negativas en conductas positivas pues,  si  la violencia como conducta  se aprende, también se aprende el respeto, la tolerancia y la justicia. Sin embargo, la acción aislada del profesor y la escuela no tendrá el mismo impacto formativo si no recibe el apoyo de la familia, de los entes sostenedores y del Estado para lograr la educación que soñamos.

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