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La Tribuna

La saga más brutal: la pareja de violadores del camino a María Dolores

por Juvenal Rivera Sanhueza

Los ataques sexuales perpetrados en la capital provincial entre 2004 y 2006 escaparon de la lógica del lobo solitario. Porque, en un caso muy inusual en la historia criminológica local, no fue un solo depredador sexual: fueron dos los que sembraron el terror en Los Ángeles.

11-1, violador del camino a MAría Dolores /

La presencia de depredadores sexuales es una constante en la historia criminológica de las sociedades actuales. De cuando en cuando, las crónicas policiales locales se nutren de casos de violadores que son arrestados y enjuiciados por cometer sus ultrajes, generalmente de noche y en lugares más apartados para saciar sus bajos instintos.

En Los Ángeles, hubo algunos depredadores muy peligrosos que fueron conocidos en los bajos fondos de la delincuencia como El Níspero y El Mantequilla. Ambos, en distintas épocas, dieron rienda suelta a sus impulsos para acometer contra mujeres a las que abordaban en lugares oscuros o aprovechando que estas intimaban en lugares apartados.

Tipos que deambulaban sin más compañía que su sombra, merodeando por aquí y por allá, en busca de sus posibles víctimas, contra las cuales no tenían consideración alguna a la hora de lograr su propósito.

Sin embargo, los ataques sexuales perpetrados en la capital provincial entre 2004 y 2006 escaparon de la lógica del lobo solitario. Porque, en un caso muy inusual en la historia criminológica local, no fue un solo depredador sexual: fueron dos los que sembraron el terror en Los Ángeles. ¿Su lugar preferido? El camino a María Dolores.

Este tipo de ataques solo es homologable a los delitos perpetrados por los llamados Psicópatas de Viña del Mar de principios de los años 80. En varios de los ataques, las víctimas fueron asesinadas a balazos. Sus autores eran dos carabineros activos que purgaron sus crímenes con la pena de muerte.

Aunque la pareja de atacantes de Los Ángeles no llegó al asesinato, la justicia estableció que de los 11 casos bajo los cuales fueron acusados, a uno de ellos se le probó participación en siete ataques, principalmente por robo con violación y violación. A su acompañante, tres.

Fue a Víctor G. Q. (que ahora bordea los 55 años) a quien se le comprobaron esos siete ultrajes. Este hombre, que tenía su domicilio en la población Chile Barrios pero al cual iba muy ocasionalmente, se le definió como el más cruel y violento de los dos.

Aunque tenía el oficio de mueblista, se dedicaba a vender leña y a recorrer la ciudad en toda su extensión. Buscaba hasta altas horas de la noche a parejas que buscaban la soledad para intimar. Ahí, encapuchado y armado con cuchillos, los abordaba y a punta de golpes y amenazas de muerte, enseguida amarraba al hombre y sacaba a la mujer a metros del lugar para acometer en su contra.

Luego, les robaba todo aquello que fuera de valor: dinero, joyas, teléfono o lo que pudiera venderse rápidamente en el mercado negro. Su acompañante ocasional era Daniel J. H., ahora de 65 años, quien sólo perpetraba los ultrajes una vez que lo hacía su compañero.

En el juicio oral realizado entre agosto y septiembre de 2006, hubo enorme expectación periodística: una decena de casos fue presentada a los jueces por parte de los fiscales. Entre las víctimas, llamó la atención que también hubiese un sacerdote y una feligresa.

Sin embargo, se estima que el número de víctimas fue mucho mayor. Por miedo, por vergüenza o por otras razones, declinaron de prestar declaraciones para sumarse a la parte acusadora. ¿Cuántos más? Eso solo lo saben sus hechores.

Durante el tiempo en que se perpetraron los ataques sexuales (7 enero de 2004 y 15 junio de 2006), el tema no trascendió de manera masiva. Por temor a no generar alarma en la comunidad y también para no poner sobre aviso a la pareja de depravados que las policías estaban tras sus pasos, hubo mucho sigilo en el manejo de la información.

La captura a G.Q. fue posible gracias a un teléfono celular que robó a una de sus últimas víctimas. La geo-referenciación de las llamadas telefónicas permitió que los detectives de la Brigada de Delitos Sexuales de la Policía de Investigaciones tuvieran un domicilio donde buscar. Las muestras de ADN de los fluidos corporales situaron a este hombre en siete de los 10 ultrajes.

Algo parecido aconteció con su acompañante, J.H. En tres casos, las evidencias biológicas lo ubicaron en los ultrajes a sus víctimas. Al cabo, fue condenado a pasar 25 años tras las rejas.

Cuando G.Q. fue apresado por los detectives, no se mostró mayormente inquieto. Su semblante se mantuvo imperturbable se llevó a cabo al juicio oral y sus víctimas, una a una, fueron relatando los sucesos. Tampoco se inmutó en demasía cuando los jueces le comunicaron su determinación: purgaría una condena de presidio perpetuo calificado. Es decir, 40 años de reclusión para recién ahí postular a algún beneficio carcelario, como la salida dominical.

Desde que se instauró la Reforma Procesal Penal, la sentencia contra Víctor G.Q. ha sido la más alta que se le ha aplicado a reo alguno en la provincia de Biobío.

Actualmente, ambos permanecen recluidos en la sección de rematados de alto riesgo del Complejo Penitenciario El Manzano, en Concepción.

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