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Lago Laja

por Prensa La Tribuna

Hacia 1870, el hacendado y político Manuel Arístides Zañartu Zañartu tuvo la visionaria idea de sacar las aguas del río Laja provenientes de la laguna del mismo nombre para, a través de un canal de riego, llevar vida a los campos en las cercanías de Cabrero que, antes de esa acción, eran unos improductivos arenales.

Cincuenta años más tarde, ya en el siglo XX, un grupo de vecinos de Los Ángeles, agrupados en la Asociación de Canalistas del Laja, dio vida a otra obra de riego que permitió que unas 50 mil hectáreas contaran con el recurso de manera segura.

En los años 40, las aguas del embalse comenzaron a tener un uso distinto. En esa época, la subcuenca del Alto del Laja fue intervenida para la construcción de la central hidroeléctrica Abanico, que empleaba las aguas del río Laja que salían desde la laguna del mismo nombre, con el fin de generar electricidad para un país que iniciaba su proceso de industrialización de mano de la Corporación de Fomento a la Producción (Corfo).

En las décadas siguientes, la misma fuente del recurso hídrico fue empleada para mover las turbinas gigantes de otras dos centrales de generación de energía: El Toro y Abanico. La serie hidráulica, que se completaría en los años 90 con las centrales Rucúe y Quilleco, convirtió a nuestra provincia de Biobío en el corazón energético del país debido a su potencia instalada gracias al agua que año a año se embalsa en la laguna del Laja.

Sin embargo, ya en la misma década del 90, lo que parecía ser una fuente inacabable de agua para regar los campos y producir electricidad, comenzó a experimentar síntomas de que no era infinita.

Fue en la temporada de riego 1998-1999 cuando se levantó la primera alerta por la sostenida baja del volumen de agua acumulada en el embalse, que se nutre de dos fuentes similares, pero que se producen en épocas distintas: las lluvias y los deshielos.

Esa situación le otorga una característica interanual que hace posible que se cuente con el recurso de manera más prolongada, incluso cuando es mayor el requerimiento.

El escenario hídrico actual es dramático. Es extremadamente complejo. Con más de 10 años de lluvias por debajo de lo normal debido a una prolongada sequía, las perspectivas son muy poco promisorias. Dicha situación se agrava por la imposibilidad de regular el uso de las aguas debido a la ausencia de una junta de vigilancia que vele por la correcta distribución del recurso. Pese a su importancia y utilidad, la referida junta no se ha podido articular debido a las profundas diferencias entre las organizaciones que tienen incidencia

De no mediar una voluntad mayor para buscar arreglos que permitan superar las desavenencias, la perspectiva a futuro es que la cada vez mayor escasez de aguas se traduzca, principalmente, en cultivos que no podrán realizarse, en actividades productivas que no se sustentarán, en vastas extensiones de suelos que volverán a ser yermos, tal como estaban antes de que se iniciara el riego.

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