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La tragedia de Antuco en la memoria colectiva

por Prensa La Tribuna

Los sucesos trágicos siempre ocupan un espacio importante en nuestros recuerdos. Un retazo de ese episodio de dolor está siempre a la vista, aflora apenas empezamos a hurgar en la memoria, se hace sentir enseguida apenas remecemos el estante de los recuerdos.

Están ahí las emociones, las sensaciones, los sinsabores, los profundos dolores, un cúmulo de momentos intensos, de procesos emocionales de suyo, tremendamente complejos y que dejan una huella imposible de borrar al propósito no declarado del tiempo para echar todo al olvido.

Una conexión emotiva que siempre nos conduce a ese momento, a esos instantes, a esa experiencia trágica y dolorosa, a fragmento de una memoria siempre demasiado obstinada.

Para todos los que somos habitantes de la provincia de Biobío, la tragedia de Antuco, aquella donde 44 muchachos y un sargento segundo murieron cuando fueron atrapados por una tormenta de viento blanco cuando realizaban una marcha entre dos refugios cordilleranos, es parte de esos recuerdos aciagos, demasiado tristes para ser enviados al tacho del olvido.

Es que no se trata sólo de la gran cantidad de víctimas. No consiste tampoco en el volver a revivir el desgarrador dolor de esas madres y padres que, desconsolados, clamaban por sus hijos atrapados en la montaña. No fue solo porque sucediera acá, en esta zona, porque las víctimas fueran de esta zona, la gran mayoría de familias de zonas campesinas o de vecindarios muy modestos.

Es que la inmensa mayoría de nosotros - cual más y cual menos-, conoció o supo sobre alguna de las numerosas víctimas, o sobre las madres o padres de algunos de los fallecidos, o escuchó del relato de aquellos que salvaron de morir frente al inclemente viento blanco.

De alguna u otra manera, mantenemos frescos en nuestra memoria la primera vez que escuchamos de ese accidente en la zona de Antuco, de los informes radiales que hablaban del volcamiento de ese camión que dejaba un par de fallecidos pero que, a medida que pasaban las horas, revelaban un episodio de una magnitud nunca antes vista.

El 18 de mayo, la tragedia de Antuco entró en nuestra memoria, a fuerza de un dolor inmenso, imposible de borrar ni de disimular. Es parte de nuestra historia, de nuestra historia más dolorosa, de aquella que siempre perdurará junto a nosotros.

Porque si bien este año, justo en la conmemoración de los 15 años del peor desastre del Ejército en tiempos de paz, se produjo la emergencia sanitaria por la pandemia del coronavirus, las personas, las organizaciones y las autoridades igualmente hicieron un alto en sus actividades para recordar, para rememorar, para conectarse con ese momento aciago en que 44 soldados y un sargento murieron en la montaña.

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