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La Tribuna

Tiempos difíciles

por La Tribuna

En tiempos de crisis, una de las claves para enfrentar el adverso escenario es mantener una cuota importante de templanza, ese atributo que se explica por la capacidad para tomar las determinaciones de manera ponderada, justa y precisa, de tal forma de evitar el actuar precipitado, torpe o a destiempo.

Se trata de una condición, la mayoría de las veces innata, que suele salir a relucir en los tiempos de verdadera urgencia, justo en el momento en que campea la confusión y el desaliento, en que cunde el desorden y lo incierto. La historia está llena de esos momentos en que los liderazgos relucen como un faro en medio de la más brutal de las tormentas, una guía, una orientación que procura tranquilidad en medio del desasosiego.

Así sucedió cuando Winston Churchill asumió como primer ministro justo cuando parecía que Inglaterra cedería ante el poderío de la máquina de guerra de la Alemania nazi de Adolfo Hitler que ya había conquistado buena parte de Europa. En su famoso discurso ante la Cámara de los Comunes, al momento de asumir el cargo, resumió el desafío gigante ad portas en sólo cuatro palabras: sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor. Bien sabemos que, al final de la Segunda Guerra Mundial, Hitler fue derrotado cinco años más tarde y Churchill pasó a la historia como el hombre que condujo a Inglaterra a la victoria.

En medio de la emergencia mundial por la pandemia del coronavirus, ha sobresalido el liderazgo del gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo. Pese a que ese estado ha sido el más golpeado por la enfermedad en ese país, dejando una estela brutal de muertos y contagiados, su aplomo, decisión y templanza han llevado calma y confianza a millones de hombres y mujeres que estaban a punto de dejarse llevar por la desesperanza y el desaliento.

Es que cuando se atraviesan no se trata solo de acometer un conjunto de acciones para morigerar las negativas consecuencias. No consiste únicamente en el acto de hacer, sino que en saber comunicar, en saber reportar, de manera clara y oportuna. De ser capaz de otorgar una palabra de aliento, de compañía, de necesaria cercanía para que no cunda el desconcierto. De emplear un lenguaje franco y directo, cercano y útil.

Aunque se reconocen los esfuerzos del ministro de Salud, Jaime Mañalich, para enfrentar la pandemia del coronavirus en el país, su gestión se ha caracterizado por enfrascarse en una seguidilla de polémicas más que por sus posibles aciertos en la manera de capear la crisis. Su falta de tino y su escasa mesura, lo han llevado a tener cruces verbales con varios alcaldes, incluso de su mismo sector político, por las diferencias en la manera en que enfrenta las múltiples circunstancias del coronavirus que acontecen día a día. Ha acusado a la prensa de inventar noticias falsas para vender a raíz de las diferencias entre sus declaraciones y las del embajador de China en Chile sobre el arribo de una importante partida de ventiladores mecánicos.

Al cabo, sus intervenciones, más que ser un factor de unidad nacional dada la gravedad de la emergencia sanitaria, parecen ser fuente inacabable de chispas que detonen una crisis por aquí y por allá. Discusiones inútiles e inconducentes que distraen el fin mayor que es superar la crisis por el coronavirus, ojalá con la menor cantidad posible de fallecidos.

Aún así, el secretario de Estado todavía tiene tiempo para apaciguar en ese océano convulso al que lo arrastra su personalidad y ser quien tome las riendas con la templanza requerida en estos momentos difíciles.

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