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Lago Laja

por La Tribuna

Juvenal Rivera

Durante muchos años, el lago y el río Laja parecían ser una fuente inagotable de agua. El embalse natural, uno de los más grandes del país, alimenta al río del mismo nombre que serpentea desde la cordillera de Los Andes, sigue su recorrido por el valle hasta que se suma al caudal enorme del río Biobío, que también nace en las más altas cumbres.

Hasta antes de que se descubrieran los múltiples usos de agua, el sistema Laja -lago y río- fueron parte de la caprichosa geografía del país, como un gigante que dormía en las plácidas laderas del volcán Antuco, fruto de brutales fenómenos geológicos ocurridos en épocas muy pretéritas.

Sin embargo, el hombre fue aprendiendo las distintas maneras de aprovechar el agua partiendo por lo más básico: encauzarlas y llevarlas a terrenos yermos, a fin de que el recurso permitiera que brotara la vida en cultivos y plantaciones de todo tipo.

Desde ese momento, el sistema Laja fue motivo de especial interés para aprovechar su potencial. Lo hicieron los agricultores de la zona de Cabrero que, hacia 1870 y encabezados por Manuel Arístides Zañartu, abrieron los primeros canales que sacaron aguas del Laja para regar los campos.

En las primeras décadas del siglo pasado lo hicieron en la Asociación de Canalistas del Laja. Después fueron apareciendo distintas organizaciones de riego. En los años 40 hubo otra forma de aprovechar las aguas. En 1949 se puso en marcha la central Abanico, la primera de una serie hidráulica que se completó en las décadas siguientes con las plantas El Toro y Antuco. Después vendrían las centrales Rucúe y Antuco, y una serie de obras de generación de pequeña envergadura que aprovechan la fuerza del agua para producir electricidad.

Como si fuera poco, en las cascadas de los Saltos del Laja, que antes solo eran un punto de detención en medio del camino, se desarrolló una intensa actividad turística con decenas de pequeños y medianos emprendimientos que buscan cautivar al visitante que busca presenciar ese espectáculo de la naturaleza.

Sin embargo, todo el desarrollo asociado al sistema Laja ha tenido un costo. Hace por lo menos 30 años que se viene advirtiendo que el agua es un recurso cada vez más escaso y que, en contraposición, su demanda crece día a día para regar, mover turbinas o, lo más básico, el consumo humano.

En el ejercicio de la memoria, ya a principios de los 90, con el anuncio de la construcción de la central Laja-Diguillín, se desató el primer conflicto entre organizaciones de regantes por la incertidumbre de contar con el agua suficiente para mantener la temporada de riego. Hubo protestas, carteles en la carretera, reuniones de alto nivel para buscar soluciones.

Y lo que era una percepción aún difusa sobre la cantidad cierta de agua, tomó forma de manera impensada. Porque fue a fines de los 90 que el lago Laja, con una capacidad de almacenamiento de 5 mil millones de metros cúbicos, empezó a bajar peligrosamente de nivel. Y cada año, la cota era más baja y, en consecuencia, era menos la cantidad disponible para regar. Incluso, se llegó a un punto en que prácticamente no se tuvo agua para irrigar los campos (alrededor de 120 mil hectáreas). Una verdadera tragedia para la agricultura.

Y lo que era algo inusual se convirtió en normalidad. Hace 12 años que se viene con un sostenido descenso en las lluvias y la nieve acumulada. Es habitual que el río, a estas alturas del año, y justo cuando miles de turistas quieren disfrutar de sus aguas, presente un muy esmirriado caudal. Ni hablar de los Saltos del Laja.

Los agricultores no tienen la certeza sobre si podrán tener el agua suficiente para regar sus cultivos. De lo contrario, deben asumir resignados las pérdidas o malos rendimientos de las cosechas. Solo las centrales hidroeléctricas pueden operar, aunque nunca a plena capacidad, porque el agua es cada vez menos para mover las gigantescas turbinas.

En los últimos 30 años, el panorama hidrológico ha cambiado radicalmente. Si hace tres décadas no se hablaba de sequía, de calentamiento global ni de cambio climático, ahora son parte de nuestro vocabulario y se manifiestan de forma brutal en el día a día con la falta de agua, hecho que golpea con dureza no solo nuestra zona, sino que todo el país.

Algo debemos hacer. No podemos quedarnos sentados a esperar que pase el tiempo. No debemos permanecer impávidos frente a un escenario que se agudizará en los años siguientes si no somos capaces de ponernos de acuerdo en hacer un uso racional y sustentable de nuestros recursos naturales, en particular uno tan vital como el agua.

Porque la avasalladora evidencia nos dice que todo será peor, mucho peor si no se toman medidas de forma, porque, como dice el refrán, gota a gota, el agua se agota.

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