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La Tribuna

Falta de respeto al patrimonio

por Cristian Delgadillo Rosales

Los jóvenes han generado discusiones importantes en el país. Sus manifestaciones han sido escuchadas en muchas ocasiones, pero el daño del vandalismo callejero, los rayados y la destrucción son tan repudiables como el actuar político frente a las necesidades que ellos plantean.

Recorrer las ciudades de la provincia de Bío Bío hoy da lástima. En gran parte de los principales escenarios arquitectónicos, como las plazas, liceos, esculturas, bustos y otras edificaciones, los diversos rayados o destrozos han empañado el esfuerzo, la historia y la cultura de la propia gente que ha construido la ciudad.

Toda expresión social es válida, incluso las más rebeldes y radicales, pero ninguna tiene derecho a dañar el patrimonio que muchas veces es financiado con los dineros de todos.

Un ejemplo simple, y en lo cual el municipio angelino ha realizado una inversión importante, es la plaza de armas. Al recorrerla, se advierte una serie de destrozos en las luminarias que sólo pueden ser fruto del vandalismo.

Lo mismo ocurre con el emblemático ex Liceo de Hombres –futuro centro cultural– donde se lanzan epítetos contra el Gobierno que dañan la imagen del país.

Cuando se habla de perfeccionar la educación, también se debería poner énfasis en mejorar la formación de los niños y jóvenes. Claramente, hay en ellos un bajo sentido de pertenencia y nulo respeto por los elementos tradicionales y el valor de las cosas.

Por otro lado, no se puede perder tiempo ni dinero poniendo carabineros o guardias a proteger este tipo de elementos que deberían ser considerados inquebrantables.

La situación se presta para un análisis que debe abordarse en familia, en los momentos en que los padres asumen el rol de impartir valores a sus hijos. No se puede dejar que la calle sea quien entregue la educación porque los padres no saben manejar estos temas.

Quien le falta el respeto a su ciudad, le falta el respeto a la historia, y eso, la provincia de Bío Bío no lo puede permitir.

En Santiago ocurre un fenómeno singular. No se trata de una histórica construcción ni mucho menos de un elemento de gran connotación cultural, pero el Metro prácticamente no tiene rayados y no porque alguien esté limpiando, sino porque, básicamente, la comunidad ha tomado conciencia de que ese medio de transporte no se daña y así ha sido, y cuando alguien intenta alterar aquella premisa, es duramente cuestionado por toda la sociedad, los medios de comunicación y las redes sociales.

De la misma manera, un grupo de ciudadanos angelinos se ha organizado con el fin de evidenciar este tipo de hechos, denunciando el daño patrimonial, resguardando la historia y lo poco que va quedando estructuralmente de ella, pero son ignorados o tratados con bajeza. Estas personas tienen un profundo sentido de pertenencia, lo hacen por amor a su zona y sin recibir nada a cambio, pese a que lo merecen todo.

Los jóvenes han generado discusiones importantes en el país. Sus manifestaciones han sido escuchadas en muchas ocasiones, pero el daño del vandalismo callejero, los rayados y la destrucción son tan repudiables como el actuar político frente a las necesidades que ellos plantean. 

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