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La Tribuna

El drama de los pacientes oncológicos que quedaron sin atención por el coronavirus

por Juvenal Rivera Sanhueza

La pandemia ha enfocado los esfuerzos y recursos en hacerle frente a la pandemia. Sin embargo, dos pacientes con cáncer en Los Ángeles reclaman porque han sido dejados de lado en la atención, postergando controles y tratamientos en marcha.

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Roberto tiene 38 años y todas las ganas de seguir ganándole a la vida. Pero no ha tenido nada de fácil en los últimos dos años.

Trabajaba en una tienda de retail en Los Ángeles cuando empezó a sentir una molestia en el ojo, una puntada sostenida justo por detrás de la cuenca del globo ocular.

Sin embargo, como suele suceder, no la tomó mucho en cuenta y siguió haciendo su vida de siempre.

Después sabría que esa sensación punzante afectó su memoria al punto que no sabe lo que sucedió durante tres días de su vida.

Comenzaron los viajes a doctores especialistas, la larga lista de exámenes, las esperas, la ansiedad, la incertidumbre y también la más humana de las emociones: el miedo.

¿El diagnóstico definitivo? Una enfermedad de nombre muy complejo que se resume en dos palabras: tumor cerebral.

Una compleja intervención quirúrgica le extirpó buena parte de esa masa extraña que estaba alojada en una parte de su cerebro. Quedó un remanente, una porción de ese mal que fue combatida con radioterapia.

La última parte de su tratamiento era con un medicamento de muy elevado costo que, en buena medida, era cubierto por Fonasa. Una fracción de ese valor debía solventarlo de su propio bolsillo. Pero valía la pena porque en cada nuevo análisis, se observaba que esa masa reducía su tamaño hasta casi la mínima expresión.

Hasta ahí todo bien. Las expectativas eran bastante favorables.

Él estaba claro de que su vida no volvería a ser la de antes, eso era algo evidente. De hecho, no retornó a su trabajo, tiene carnet de discapacidad y debió ser pensionado.

Sin embargo, la emergencia sanitaria por el coronavirus puso una cuota enorme de incertidumbre a la continuación de su tratamiento oncológico. Casi tanto como fue aquella vez en que le dieron ese diagnóstico tan rotundo.

Es que todas las horas que solía tomar con los médicos especialistas para evaluar sus progresos, los exámenes que debía tomarse de manera periódica para ir viendo lo que sucedía con su tumor, todo, todo eso se interrumpió. También la última parte de su tratamiento.

Es terrible, dice Roberto.

Es que justo desde ese momento, empezó un largo calvario. Ha enviado correos a los especialistas que los atendían en Los Ángeles y Concepción. Ha gastado muchos minutos en el celular en la espera de alguien que le oriente, que le entregue respuestas, que le otorgue certezas.

Llamo y llamo, envío correos, tampoco puedo viajar porque según la enfermera, el médico no atiende y hasta una resonancia magnética me tuve que realizar de forma particular a petición del médico, explica.

Solo ha encontrado la ayuda de un profesional que le ha indicado el camino a seguir, que ha sido una suerte de luz en medio de esa oscuridad.

El resto de las veces -la mayoría de ellas- ha sido una prueba permanente a su paciencia, a una paciencia que, en todo caso, él reconoce que no ha menguado nunca su esmero por ponerle ganas a la vida, a todo evento y aún en las peores circunstancias.

La salud pública dejó botados a los pacientes oncológicos. Me suspendieron un tratamiento que me costó sangre, sudor y lágrimas para conseguirlo. Llevo casi un mes sin mis quimioterapias orales, cortando un proceso con una excelente evolución para mi diagnóstico, declara con desazón.

La única posibilidad que observa por delante sería una hora médica para unos días más. Espera que lo atienda un médico especialista que revise sus exámenes y determine la continuidad del tratamiento que, hasta ahora, tiene casi eliminada esa enfermedad de su humanidad.

Claro, si se concreta la atención profesional, no será presencial, sería vía teleconferencia por las restricciones impuestas por la enfermedad para evitar los contactos cercanos.

Es una pequeña posibilidad que, finalmente, pueda retomar su tratamiento para eliminar ese mal que trastocó su vida hace dos años atrás.

KATHERINE

Ha llorado y ha sufrido como nunca. Katherine tiene 34 años, una hija y toda una vida por delante, cuando un cáncer de tiroides le puso un fin abrupto a sus proyectos laborales y a sus deseos de volver a ser madre otra vez.

Debió someterse a un tratamiento de quimio y radioterapia que la tuvo con enormes molestias y complicaciones pero que, al final, logró salvar con éxito.

Ahora solo debía continuar con sus controles periódicos para observar cómo ha evolucionado la enfermedad. Sin embargo, la pandemia del coronavirus le ocasionó lo mismo que a Roberto: una abrupta interrupción de todos los servicios médicos.

Lleva dos meses esperando que la llamen para que le digan cuándo será revisada por un especialista, que le cambiará los medicamentos si es necesario o que ordenará nuevos exámenes. Pero nada de eso ha sucedido hasta la fecha.

Ha llamado muchas veces a un teléfono de consulta en que a veces contestan y a veces no. Asume que debe haber muchos otros pacientes oncológicos que también están en su mismo predicamento: buscan respuestas y certezas.

Le he llorado a las señoritas que atienden para que me den una solución y no pasa nada, dicen que no saben, que no pueden, que espere, que ya tomarán contacto conmigo. Y sigo esperando y nada, nada de eso ha pasado, dice.

Ha hablado con sus contactos y conocidos en el sistema público de salud para ver si pueden hacer algo, ayudarle, orientarla. Pero nada de eso ha funcionado.

Incluso, ha escrito reclamos en la Superintendencia de Salud, de los cuales espera respuesta.

Si esto sucede conmigo, que solo debo ir a controles, no quiero imaginar lo que puede suceder con personas que deben iniciar el tratamiento, que necesitan medicamentos y supervisión permanente. Esa gente se va a morir esperando una respuesta, lamentó.

El coronavirus no puede dejar sin atención a las personas como nosotros, sentenció.

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