Crónica Ciudadana

Descubren placa de homenaje a uno de los últimos lustrabotas de la plaza de armas

En agosto pasado dejó de existir Pedro Acuña Sandoval quien estuvo por más de 43 años desempeñándose en el oficio en la plaza de armas de la ciudad. Familia y municipalidad participaron en el sentido homenaje.

Homenaje a lustrabotas de la plaza (1),
Homenaje a lustrabotas de la plaza (1) / FUENTE:

El oficio de lustrabotas parece estar condenado a la extinción. Tal cual como ha sucedido con otros oficios antiguos, como el de fotógrafo de la plaza, el afilador de cuchillos o el vendedor de hierbas medicinales, ya no hay quienes quieran continuar desarrollando esa noble actividad.

A principios de año en la plaza de armas de Los Ángeles habían tres lustrabotas. Sin embargo, en enero falleció Pedro Acuña Sandoval (68), cuyo deceso no solo causó tristeza en su familia, sino que también en quienes siguen desempeñándose en esa labor.

Pedro Acuña - el Pellito o el Bolero- cumplía su oficio sin falta, de lunes a sábado. Su jornada la iniciaba antes de las 8 de la mañana hasta el mediodía, en punto.

Era un rito que cumplía con la mayor rigurosidad. Así lo hizo por 43 años cuando, provisto solo de su lustrín, los betunes y su entusiasmo, tal cual como lo hizo cuando se instaló por primera vez en la plaza de armas de la ciudad.

Era quien llevaba ejemplares del diario La Tribuna que entregaba a sus clientes para que estuvieran al tanto de lo que sucedía. Miles de pares de zapatos pasaron por sus manos expertas. Aunque otros lustrabotas dejaron el oficio por una actividad diferente, él perseveró hasta el final de sus días.

Vecino de la población Dos de Septiembre, fue encontrado sin vida en la tarde del domingo 28 de agosto por su sobrino Luis Fritz cuando se percató que su tío no respondía las llamadas telefónicas durante el día. Una de sus tantas afecciones de salud le pasó la cuenta.

Este martes, a instancias de la familia y con el apoyo de la Municipalidad de Los Ángeles, se descubrió una placa en el escaño de la plaza de armas donde Pedro Acuña Sandoval cumplió con su oficio. En ese mismo lugar los parientes habían dejado una fotografía pero las gestiones con la corporación edilicia permitieron que se colocará una placa de metal donde se reseña al lustrabotas.

Fue una ceremonia breve pero llena de profundo significado. Porque no solo hubo parientes, sino que también autoridades locales (los concejales Zenón Jorquera, José Salcedo y Luis Medel) sino que también Juan Villegas y Mario Escobar. Ambos siguen apostados todas las mañanas en la plaza de armas de la ciudad a la espera de los clientes que den vida a un oficio que ya se está al borde de la extinción.

Marta Acuña Sandoval, hermana del homenajeado, no pudo ocultar su emoción por la ceremonia. No estaba tranquila, algo faltaba en mí y quise que quedara un recuerdo de él para sus colegas. No podía dejar que cuando pasen por esa banca, no hubiese un recuerdo de mi hermano, manifestó.

La mujer explicó que en principio pretendían colocar una placa recordatoria por cuenta nuestra pero como es un espacio público, no lo podíamos hacer, así que seguimos el conducto regular y, gracias a Dios, llegamos a un buen acuerdo con la municipalidad donde enseguida me dijeron que sí.

Al final de la ceremonia, las hermanas de Pedro Acuña Sandoval descubrieron la placa conmemorativa que reseña a quien ocupara ese mismo espacio por 43 años.

LOS LUSTRABOTAS

Hubo una época en que llegaron a ser más de 20 en la plaza de armas. Incluso, hubo quienes debieron trabajar en la Plaza Pinto.

Ahora, en pleno siglo XXI, no son más de tres los lustrabotas que cumplen con este noble oficio en el principal paseo cívico de Los Ángeles.

Instalados en los escaños que se ubican por calle Colón, llegan todos los días en que hay buen tiempo para continuar con una tradición.

Antes, pasar a lustrarse los zapatos a la plaza, era una costumbre. Eran la manera de tener una impecable apariencia, desde el terno, la corbata y los zapatos. No más de 10 minutos, que combinan la conversación, la lectura del diario del día o el simple ejercicio de mirar a quienes pasan casi siempre apresurados.

Dos golpes en el lustrín para cambiar de zapato embetunado, otros dos golpes para pasarle el paño y dejarlo brillante, lustroso. Y así, hasta completar el proceso.

Pero el tiempo pasa, los hábitos cambian y ya casi no hay tiempo para lucir impecable el calzado.

Ahora en ese sector de la plaza solo persisten Juan Villegas y Mario Escobar, ambos de avanzada edad, quienes son los últimos testimonios de un oficio que aún vive en ellos.

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