A casi una década del 27F

Todos los chilenos fuimos víctimas pasivas de un desastre natural que provocó muerte, desorden general y un estado de miedo que fue muy difícil de controlar, incluso años más tarde. Hablamos del 8.8 que partió el suelo y que en la madrugada de ese día propagó el caos, que se tomó las calles de la zona centro-sur de Chile.

Pues bien se ha avanzado en la reconstrucción, comentario obligado de visitantes extranjeros, específicamente de Brasil y Perú, además de otros países de Europa. Sin embargo, el paso del tiempo y el alejamiento de uno de los hechos que más ha marcado nuestra historia reciente no debe dejarnos indiferentes.

Todos tenemos una obligación y una responsabilidad con nosotros mismos; no debemos bajar la guardia respecto a los resguardos y a la vigilancia ante posibles desastres. El 27F nos dejó una gran lección, que si bien es cierto no debe confundirse con el concepto de conmemoración, ya que se habla de adoptar hábitos que nos permitan responder a las inclemencias naturales.

Una de las mayores preocupaciones del habitante común y corriente es si las autoridades habrán aprendido la lección. Hasta el momento, en Biobío se han visto señales de que se mantienen alertas, ya que el gobernador provincial, adelantándose a todo hecho, activó y comprobó los sistemas de comunicación que deberían activarse en caso de ocurrir una catástrofe natural.

Acciones como esa dan un suspiro de tranquilidad, entendiendo que queda la gran duda sobre para qué son los equipos de emergencia de los 14 municipios de Biobío.

La idea no es infundir miedo ni volvernos temerosos. La tarea es mantenernos alertas, seguir con los protocolos y no dejar de observar a las autoridades para exigir el derecho a que los sistemas de protección funcionen a la hora de vivir una tragedia.