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La Tribuna

Dejemos de odiarnos y respetémonos

por Leslia Jorquera

Gabriel Hernández Veloso, director Diario La Tribuna.

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Tengo un recuerdo de cuando era niño y en la villa donde yo vivía, llegó el alcalde de la comuna. Yo no tenía más de 9 o 10 años. La odiosidad política, las diferencias ideológicas no eran parte de mi conciencia aun. Ver a esta autoridad era impresionante. Con profunda admiración de nosotros se nos acercó y nos saludó. Mis amigos y yo, nos sentimos importantes. Habíamos dado la mano a nuestro líder.  

Cuando dejé de ser niño y comencé a instruirme un poco más acerca de la política, rápidamente vi como el país estaba dividido principalmente en dos bandos. En mi casa, siempre se conversó en la mesa de distintos temas, mis padres tenían visiones totalmente diferentes de la política, pero sin embargo, nos preguntaban qué opinábamos de los viajes de Eduardo Frei – para ver si servían para abrir Chile al mundo o si eran excusa para estar fuera del país - o del carácter estadista de Ricardo Lagos, sobre todo porque lo veíamos por televisión, con una capacidad discursiva notable, incluso llamando la atención a la gente que le faltaba el respeto en los discursos. Yo con 14 años el año 2000, me quedé con esa imagen, en donde a las autoridades se le respetan.

Sin embargo, lo que vi posteriormente fue muy decepcionante.

Fui testigo como gran parte de los chilenos de cómo a la Presidenta de la República Michelle Bachelet, fue expulsada de Chiguayante de muy mala manera cuando se derrumbó el cerro por esos años, o cuando siendo nuevamente candidata le lanzaron escupos. También observé como una escolar de 14 años le lanzó un jarro de agua el 2008 a la ministra de Educación, Mónica Jiménez. La lista es extensa en cuanto a los casos de similares características y demuestran lo peor de nuestra sociedad, la pérdida del respeto y lo deteriorada que está la relación entre quienes piensan de una manera con quienes se plantean de otra.

Esta semana, vi una vez más, a una estudiante universitaria funando al Presidente de la República y todos los recuerdos que anteriormente les expuse volvieron a aparecer.

Mientras para algunos esta joven “luchadora” se transforma en una héroe porque le dijo a su cara lo que pensaba a la máxima autoridad del país, a mí me avergüenza.

En mi trabajo periodístico, en más de alguna ocasión se han dificultado las relaciones con alguna autoridad por alguna publicación, pero jamás se me pasaría por la cabeza pararme a gritarle, insultarla o escupirla acusando “mi legítimo derecho democrático a manifestarme”.

Prefiero mantener esa imagen de niño, donde más allá de la postura ideológica, aquella autoridad sea Presidente de la República, senador, consejero regional, intendente, alcalde, concejal o presidente de la Junta de Vecinos, merece mi respeto, porque alguien lo escogió o simplemente porque se debe aprender a tener conductas democráticas que suban el nivel de la discusión y el debate.

Creo que cuando uno es capaz de dialogar, enfrentar posturas con argumentos y buscar acuerdos, es la única manera de darle sentido a nuestra democracia.

Simplemente odiarnos, funarnos, maltratarnos y dividirnos cada vez más por nuestro pensar, me parece una actitud totalmente retrograda que la sociedad debe eliminar por completo.

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